jueves, 15 de marzo de 2012

Hay un barco en la bahía.

Un barco en la Bahía.


El Prat, el O’higgins o el Almirante Latorre, 04 o 05, una o dos veces. Me consta sólo una vez y todavía me parece increíble, una nave de la Armada a unos 200 metros de la línea de playa, ahí donde se extingue la última ola, frente al histórico Muelle Ortúzar, demostrando de paso, que las condiciones del fondo marino no han variado sustantivamente, quizá ahora, después del tsunami haya experimentado algún cambio.

El llamado canal existía, medido y explorado por Francisco Vidal Gormáz y declarado por éste como el lugar más apto para construir una instalación portuaria, luego de estudiar la costa de las provincias de Colchagua y Curicó en dos ocasiones, el año 1872 y 1885. A don Daniel le bastó el primer informe y primero que todo, compró a doña Jacoba Gaete los terrenos adyacentes al borde costero, obtuvo un Decreto Supremo que lo autoriza a construir un muelle e inició las obras, las que ya concluían cuando Vidal Gormáz realizó la segunda visita.

Lo cierto es que en ese preciso lugar es que la nave, instalada ahí a fines del año 73, con toda la paranoia post golpe, debía de tener una razón gorda para exhibir su eslora por babor, esa tarde. El ágape de una veintena de amigos de siempre, transversales, claro está, puro jolgorio juvenil. La vaquita infaltable y el auspicio de los anfitriones, la Hostería Rex.

Todos jurábamos estar piolitas, los ventanales con sus respectivas cubiertas que los defienden de las inclemencias del norte y la lluvia, y ahora, de la vista. La exposición de un grupo de jóvenes enfiestados, en estado de sitio, nos hacía merecedores a una sanción. Cosa grave, pero el revuelo no era por nosotros, nunca tanto. Una recomendación del jefe de la plaza a terminar lo más pronto y todos para sus casas.

El correo de las brujas, dice que durante la noche anterior, un presunto pesquero realizó un intercambio de señales de luces desde el mar a tierra, a la cuadra del lugar denominado Nazareto o Lazareto, un sitio de dunas, cuyas arenas colonizaron el espacio del borde costero que media entre el océano y la ribera del Estero de Petrel, ahí donde éste cambia su dirección hacia el sur. Pués bien, en los alrededores de dicho lugar, jóvenes Pichileminos, Habrían rastreado el sitio y encontrado restos de equipos de campamento ocultos bajo las arenas. Objetos inocuos, no armas, los que sustrajeron y llevaron a sus casas. Mediante algún canal, se filtró el episodio y tomó cuerpo la idea de un presunto grupo guerrillero habría pernoctado a la espera de una nave que les permitiera evacuarlos a otra más grande, posiblemente un submarino ruso y abandonar el territorio.

Puras pamplinas, según lo que confidencia un alto oficial del Ejército, quien, al mencionarle el asunto del barco de la Armada que vi esa tarde desde el estacionamiento del Rex, señala que en esa oportunidad, él también se encontraba en medio del gentío. En esa época, hacía poco que había egresado de la Escuela y en un operativo en los que me tocó participar, recibí una lesión que me impedía estar activo, me otorgaron una licencia y luego de estar unos días en casa de mis padres, decidí pasar el resto de la licencia en la casa de la playa, en Pichilemu, donde me sentía a mis anchas y tenía numerosos amigos con quienes me entretenía. Cierto día, en compañía de uno de ellos, nos encaminamos por la orilla de la playa en dirección a Chorrillos, luego de un rato, mientras andábamos, extraje un par de granadas de guerra que conservaba del material que por esos días nos proporcionaban sin mayor control y las que no reporté en la unidad. Mi amigo, nunca había tenido una granada en sus manos, le enseñé a usarlas y lanzamos una cada uno para observar el efecto en el agua y en las dunas. La explosión pudo ser percibida desde el pueblo, quizá la casa de don Vara a unos 800 metros de distancia, o algún personaje que merodeaba o transitaba y nos vio y pudo transmitir el episodio a carabineros o a los militares de la plaza, generando el alerta de la Armada y la inusitada visita del crucero o destructor. Ya a estas alturas acuso un poco de confusión.