Santiago, 15 de junio de 1908.
Señor Rector:
Tengo el honor de dirigir á Ud., para que se sirva elevarlo al Ministerio, el informe relativo al examen que he hecho de los restos indígenas encontrados en una gruta de Pichilemu.
La noticia
del hallazgo se debe al señor don Agustín Ross, quien la tuvo á su vez de don
Evaristo S. Merino, cuyos nombres conviene aquí recordar ya que son tan pocas
las personas que en este país al encontrarse con descubrimientos de esa
naturaleza los participan para que puedan ser estudiados y no se pierdan así
las enseñanzas que de tan preciosos antecedentes puede obtener la ciencia.
Desgraciadamente, el tiempo transcurrido entre el día del hallazgo y mi viaje á
aquel lugar ha sido causa de que no se hayan logrado obtener los resultados que
habia derecho á esperar del examen inmediato de los restos de que se trata.
El puerto de
Pichilemo, ó mejor dicho Pichilemu, está situado en los 34° 23' de latitud.
Debe su nombre á dos palabras araucanas: pichi, pequeño; y lemu,
bosque.
El nombre de
Pichilemu no suena para nada en los documentos de la conquista, sin duda á
causa de la escasísima población indígena que allí existía: hecho que se deduce
también de que en aquel sitio sólo se encuentran los restos de un köjenmoeding
(amas cotier de los franceses) restos de cocina que decimos en
castellano.
Esos restos
se hallan esparcidos en la parte norte de la bahía, en la misma bajada que hace
el actual camino que va de Alcones al puerto.
La noticia
del hallazgo de restos indígenas en una gruta ó caverna resultaba desde el
primer momento interesantísima, cuando sabemos que en Chile, al menos en la
región central, jamás se había observado tal cosa; y este sólo antecedente
justificaba de sobra la necesidad de examinar estos restos. ¿Qué antigüedad, en
efecto, podía atribuírseles? ¿De qué raza de indígenas provenían? ¿Nos íbamos
acaso á hallar en presencia de un sepulcro de época anterior á la que se asigna
de ordinario á nuestros aborígenes?
Los indios
que los españoles encontraron en aquel lugar pertenecían indudablemente á los
que los conquistadores llamaron poromaucaes, y debieron formar parte de la
encomienda de Topocalma, que fué concedida en 24 de enero de 1544 por Pedro de
Valdivia á Juan Gómez de Almagro. Ambos hechos se deducen del texto del título
de esa encomienda: «Deposito en vos el dicho Juan Gómez, decía Valdivia, los
caciques llamados Palloquierbico é Topocalma y Gualauquén, con todos sus
principales é indios é subjetos, que son en las provincias de los poromaucaes,
á la costa de la mar».
Apenas
necesitamos decir que inmediato á Pichilemu está Topocalma, y que entre «los
subjetos» al cacique de ese nombre debió contarse á los de Pichilemu.
El hallazgo
de los restos de que vamos á ocuparnos se produjo á causa de una excavación que
hubo que hacer y que todavía está en vías de terminarse al pie de la escalera
que conduce de la altiplanicie ó nivel del suelo en que está edificado el hotel
para descender á la playa. Con ese motivo se descubrieron algunos restos
humanos, y al proseguir los trabajos se vió que procedían de un sepulcro
indígena ubicado precisamente allí, en una gruta completamente cubierta de
tierra y piedras y en cuya parte superior se labró la escalera de mi
referencia. Al cimentar ésta y habiendo hallado al labrarla el terreno poco
sólido, mejor dicho, como en hueco, había habido necesidad de plantar rieles,
cuyos extremos se ven hoy en efecto que han penetrado el cielo de la gruta y
aparecen en el aire.
Los
trabajos, como digo, se continúan todavía, de tal manera que no es posible aún
determinar con precisión las dimensiones completas de la gruta, al menos en el
sentido de sur á norte. Su entrada mide un metro ochenta centímetros; tiene de
largo, más ó menos, dos metros por cuatro de ancho, y dos setenta y tres de
alto desde el plan actual de la superficie interna. Todo induce á creer que la
entrada hoy en descubierto corresponde en realidad al fondo de la gruta.
Ofrece ésta
la particularidad de haberse ejecutado en ella un trabajo preliminar antes de
poderla usar como sepultura. Llenóse, en efecto, el fondo con piedras de
acarreo en una capa de 0.50 metros, más ó menos, de espesor, y después de
emparejado así el suelo diremos, se colocó otra capa de arena de unos 60
centímetros de altura. Sobre esta arena se encontraron dos esqueletos humanos:
uno de ellos en situación perfectamente horizontal, al cual pertenecen los
restos de que hablaremos, y el otro, inmediato a él, encogido, al parecer en la
misma actitud que se ven las momias peruanas, esto es, en la posición en que se
halla el feto en el vientre. Este último esqueleto estaba del todo desagregado
y deleznable, sin duda á causa de las abundantes filtraciones á que había
permanecido expuesto. Al lado de esos restos se hallaba un depósito de conchas
marinas, mezcladas con carbón vegetal, que alcanzaba hasta un metro en su parte
más espesa.
Los únicos
objetos hallados en la gruta son una piedra agujereada, rota, de esas que tanto
abundan en la región central
LÁMINA I
LAMINA II
del país,
que los araucanos llamaban hueullu, cuyo uso indiscutiblemente era para
dar peso á los palos con que cavaban la tierra; huesos de aves marítimas y
ejemplares de algunos moluscos, de los cuales merecen notarse los siguientes:
1. Chaina
pellucida, cuyo radio de vida se limita hoy desde Iquique á Coquimbo y Juan
Fernández.
2. Fissurella
máxima, en ejemplares de tamaño muy grande, que en Chiloé llaman mañehues.
3. Pecten
purpuratus, llamado vulgarmente ostión, que hoy sólo vive de Coquimbo al
norte.
Los demás
objetos hallados en la gruta son las puntas de flechas que reproducimos en la
plancha primera.
En la
segunda hemos dado cabida á las que se han encontrado en el lugar, fuera de la
gruta. Todas son de propiedad del señor Ross.
Esas puntas
de flechas pertenecen á las diferentes variedades de cuarzo, excepto el número
10 de la lámina I y los números 1, 3 y 6 de la de lámina II. Entre las puntas
de cuarzo, los números 4, 7, 12, 13 y 16 de la lámina I y todas las demás de la
lámina II (excepto la número 9, que es de calcedonia) son de la variedad de
cuarzo llamada piedra lidia, lidita ó piedra de toque.
La lidita,
como se sabe, es muy abundante en la cordillera, hallándose casi siempre
dividida en fragmentos sumamente agudos y de cantos cortantes. En las partes
bajas de las cordilleras no escasean las demás variedades de cuarzo y llegan en
las cajas de los ríos hasta la costa arrastradas por las aguas.
Los restos
humanos que logré recoger fueron varios, debiendo mencionar especialmente un
fémur del lado derecho, al cual le falta el cóndilo; mide 38 centímetros, al
paso que el mismo hueso del esqueleto del araucano que existe en el Museo
Nacional alcanza á 0.395 milímetros. Ese fémur ha pertenecido, por
consiguiente, á un individuo cuando más de regular estatura.
El estado en
que encontré el cráneo no permite hacer su descripción completa, ni siquiera
presentarlo en una lámina, por no haber en esta ciudad, al menos que yo sepa,
quién pueda restaurarlo. Por fortuna, quiso mi buena suerte que en estos días
se encontrase en Santiago el joven sabio argentino don Félix F. Outes,
especialista en el estudio de los cráneos de indígenas americanos, que, á
instancias mías, se sirvió examinar el de Pichilemu y comunicarme la siguiente
descripción, de la cual debe suprimir Ud., si lo tiene á bien, el primer párrafo.
«Cuando me
disponía á abandonar Santiago para continuar el viaje que actualmente realizo
por este hermoso país de Chile, mi amigo, el ilustre historiógrafo don José
Toribio Medina, me solicita la descripción del material osteológico traído por
él del interesante Kultur lager de Pichilemu.
Desgraciadamente,
no dispongo del tiempo necesario para realizar un estudio detenido y, por otra
parte, el instrumental que he traído, lo he expedido ya con mi equipaje rumbo á
Concepción.
Por tales
motivos, me he reducido á verificar un simple examen craneoscópico de la pieza
que se me ha enviado y no me pronuncio sobre el origen probable del cráneo de
Pichilemu.
Se trata de
un cráneo ♀ adulto, de 30 á 35 años; sumamente fragmentado, quizá al extraerlo,
pues las fracturas son todas recientes; de color amarillo marfilino, y al que
le falta una parte del parietal izquierdo, el exoccipital, el malar derecho y
la apófisis zigométrica del mismo lado, el esqueleto nasal interno y la mitad
derecha del maxilar inferior, fuera de otros destrozos menos notables. Sin
embargo, los huesos se han conservado bien y resisten perfectamente la presión.
Como el
cráneo no ha sido restaurado, el examen de las diferentes normas resulta
muy dificultoso.
Norma
facialis.—El conjunto
del cráneo, visto de frente, ofrece un aspecto grácil y una perfecta proporción
entre la cara superior, media é inferior. La frente interviene notablemente en
la arquitectura general á esta misma. Se nota, aún á la simple vista, la
presencia de un torus sagitalis ossi frontis que desaparece antes
del bregma. Protuberancias frontales poco manifiestas. Glabela exigua. Arcadas
superciliares levísimas. Orbitas más anchas que altas. Malares relativamente
desarrolladas. Fosas caninas abiertas y muy poco profundas. Comienzos de catarrinia.
Norma
lateralis.—La curva
ántero-posterior es muy poco fugitiva en la región de la frente, ofrece una
ligera depresión postbregmática y á partir de la pars media de la sutura
sagital cae casi verticalmente hasta lambda, diseñando, inmediatamente después,
una ligera hinchazón de la escama del occipital y el relieve, muy atenuado, de
un pequeño torus. Líneas temporales superior é inferior muy poco
manifiestas. Plano temporal bien desarrrollado, aunque sin exageración. Escama
del temporal de tamaño normal. Apófisis mastoideas pequeñas. Zona «cribada» de
Chipault mucho más evidente del lado izquierdo que del derecho. Spina supra
meatum de pequeño tamaño. Conducto auditivo externo de forma elíptica, con
el eje mayor algo oblicuado de arriba á abajo y de adelante hacia atrás. Ligera
crista supra mastoidea. Prognatismo alveolar. Maxilar inferior débil,
con su rama ascendente de gran anchura. Extraversión del ángulo mandibular y
apófisis mucronial sumamente desarrollada.
Norma
occipitalis.—Ofrece la
forma de un pentágono, con sus lados superiores convexos, los laterales
rectilíneos y dirigidos hacia el plano medio del cráneo y el inferior
igualmente convexo. En el parietal derecho se nota un solo foramen de 1
milímetro de diámetro. Protuberancias parietales muy desarrolladas. Ligero torus.
Norma
verticalis.—Ovoide más
largo que ancho, con ligera asimetría por el lado izquierdo. Fenozijia. Las
líneas temporales se aproximan muy poco á la sutura sagital.
Norma
basilaris.—El estado
de destrucción en que se encuentra la región basilar del cráneo no me permite
sino un ligero examen. Ranuras digástricas anchas y profundas, con la pared de
la apófisis mastoide cortada verticalmente. Crestas digástricas muy atenuadas.
Los surcos de alejamiento de la arteria occipital son estrechos y muy poco
profundos. Las cavidades glenoideas pertenecen al tipo que algunos anatómicos
italianos llaman a doccia, con la pared anterior vertical. Apófisis
estiloideas bien desarrolladas. Arcada dentaria parabólica.
Tales son
las particularidades y características más nota que me han ofrecido las
diversas normas.
Por otra
parte, la forma en que se presenta la amplicación de las suturas es
perfectamente normal.
Las
sinartrosis se conservan intactas por el lado de la talla externa, salvo la pars
temporalis de la coronal que muestra un comienzo de obliteración. En
cambio, por el lado del endocráneo, la sinostosis es completa, aún en la misma
lambdoidea. Sin embargo, lo que acabo de manifestar no implica anormalidad
alguna.
Las
impresiones musculares se presentan muy atenuadas. Haré notar, no obstante, que
en las apófisis mastoideas se observa con bastante claridad, como en otros
cráneos americanos, el lugar de inserción del complexo menor.
El examen
que he realizado del endocráneo en la parte conservada no me ha ofrecido
particularidad alguna notable. Sólo llaman la atención ios surcos vasculares,
muy manifiestos, y diversas cavidades producidas por las granulaciones de
Pacchioni, las que se hallan situadas en ambos parietales, especialmente en las
proximidades de la sutura sagital.
Por último,
la dentadura que sólo se ha conservado en el maxilar superior, muestra el
desgaste de adentro hacia fuera y de arriba á abajo que es común á otros
pueblos indígenas sud-americanos.»
En resumen,
las conclusiones á que puede llegarse después de estudiados los restos
indígenas de la gruta de Pichilemu, son, en mi concepto, las siguientes:
I. La
sepultura en una gruta y el trabajo preliminar realizado en ella antes de
depositar los restos humanos que encerraba (que acaso puedan aún descubrirse
otros) constituye un hecho único y hasta ahora desconocido en el modo de ser de
nuestros aborígenes.
II. De la
misma naturaleza puede calificarse el de que la sepultura fuese preparada para
guardar los restos de una mujer.
III. Esos
restos corresponden á una época anterior á la llegada de los españoles al país;
por las razones siguientes:
a) Porque bajo el régimen español, en
una región cuyos pobladores estaban todos encomendados, no habrían podido
enterrarse del modo que sabemos.
b) Porque el hecho de encontrarse en
la sepultura moluscos que no viven hoy en los mares adyacentes, es un indicio
fuerte por lo menos de su antigüedad.
IV. La raza
á que pertenecen esos restos tiene todos los caracteres de la araucana, si bien
puede decirse que era de las tribus que los conquistadores llamaron
poromaucaes.
V. La
circunstancia de que todas las puntas de flechas halladas en la gruta sean de
un material diverso del que constituye la totalidad de las encontradas en las
vecindades y en el lugar mismo, y de un trabajo mucho más esmerado, suponen que
los restos humanos de la gruta corresponden á individuos de una tribu llegada
del interior á la costa.
En este
orden no sería aventurado suponer, cuando el examen del terreno manifiesta hallarse
sembrado de multitud de puntas de flechas en la bajada misma de la cuesta que
conduce al puerto, que ha debido librarse allí una batalla entre los individuos
llegados del interior y los habitantes del lugar, probablemente porque
aquéllos, urgidos del hambre en un año de escasez en la región central, han
emigrado á la costa en busca del alimento que creían hallar á orillas del mar.
A robustecer
esta hipótesis constribuye también ese modo de sepultarse, absolutamente
desconocido en otras partes de la costa, y el extraordinario desgaste de las
muelas en el cráneo descubierto, que supone una alimentación diversa á la que
se proporcionan los individuos que viven exclusivamente de mariscos y pescado.
VI. Y,
finalmente, que en todo caso la población indígena del lugar en sus diversas
épocas ha debido ser muy escasa, ya que en toda esa región apenas si se
encuentran los restos de un köjenmoeding, que alcanzan en su parte más espesa á
unos 30 centímetros de altura, en una extensión no mayor de 4 á 5 metros.
Los
resultados obtenidos con el examen de los restos humanos de Pichilemu no son,
en realidad, del alcance que la noticia del hallazgo hizo concebir en un
principio, pero de todos modos no carecen de interés para el estudio de los
aborígenes de aquella parte de la región central del pais. Unidos á los que
puedan proporcionar descubrimientos posteriores servirán para determinar lineas
más generales y conclusiones bien fundadas á que con sólo ellos á la vista no
es posible llegar por hoy. Son, diremos, un simple anillo en la cadena de la
vida de los hombres que nos precedieron en este suelo.
Tal es lo
que puedo expresar en desempeño del encargo que me fué confiado.
Soy de usted
atento y seguro servidor.
J. T. Medina.