domingo, 20 de febrero de 2011

Angel agarra el culo a oblata Lidia.

Oblata es una categoría de servicio religioso secular, congregadas en comunidad, hacen votos menos rigurosos que las monjas de claustro. Las que conocí en la década del sesenta se dedicaban a la educación. Fundaron una escuela primaria para varones al alero de la parroquia de Pichilemu.
La congregación fue complementada por jóvenes locales egresados de enseñanza secundaria, sin estudios superiores, probablemente, las oblatas, tampoco. No obstante, ejercían la pedagogía con vocación y alto nivel de exigencia.
De gran importancia la aplicación selectiva de los grupos etáreos. La escuela pública de varones reunía en un mismo curso a niños de diversas edades y capacidades, había porros y pailones, de modo que educandos y educadores aplicados daban como resultado, jóvenes académicamente, más aptos.Por cierto, otros aspectos, no menores, influían de diversos modos, permitiendo que un elevado número de ellos accediera a la educación superior y cumplido exitósamente sus carreras profesionales.
A esa escuela nos cambiamos, en sus inicios, no recuerdo el año exacto. El 62 yá estabamos ahí, todos los hermanos varones, mis hermanas, yá estaban en la escuela para mujeres de las monjas de la Preciosa Sangre. El año del mundial de futbol, inolvidable, se recreó un campeonato para estimular la práctica del futbol y el espíritu de la competencia deportiva.
Las formaciones tomaron prestado los nombres de los clubes internacionales donde pasaron a militar los cracks chilenos más destacados.
Me incluyeron en el Samdoria (ahí se fue Jorge Toro). Poco aficionado al futbol, la cazería tenía la mayor de mis preferencias. Mi desempeño fue penoso, me apodaron Cutiño, por Coutiño, seleccionado de Brasil, cuyo mérito futbolístico, al parecer, era ser compadre de Pelé. La malidicencia periodística de entonces, señalaba, que de no existir ese vínculo, jamás habría vestido la verde amarilla. Ergo, me habían apitutado en el Samdoria. Lo cierto es que el campeonato duró poco, fue abortado por algunos pugilatos e insultos, todos, antideportivos, así que finito, finito. Y a mí
el círculo más estrecho de mis amigos todavía me llaman con el apodo de cutiño, que me impuso el cabeza de huevo (Bustamante).
Los estudios continuaron, el alejamiento de un par de oblatas por un affaire afectivo con un alumno, una, y otra por alguna enfermedad depresiva, hizo concentrar en la capacidad de la directora, dos cursos, los que atendía en una sala, sentádonos mezclados, no era los de un curso de un lado y los del otro en otro, casi como en la otra escuela, la pública.
Compartía el banco con el chino, a mi izquierda y detrás de mí ocupaba el asiento el Angel, éste era del curso superior y uno o dos años mayor que nosotros. la directora exponía su materia y paseaba alternativamente por los dos pasillos, desde el pupitre hasta el fondo, pasó por mi lado hacia atrás y volvió. A la altura de mi asiento y con la visión marginal ví la mano del Angel, plena, sobre el trasero de la profe, comprimiendo y vuelta, con rapidez.
Seguramente puesta, ahora, con inocencia despreocupada. Cuando doña Lidia se volvió, su ira pintaba la cara, roja. En la linea inmediata a la zona de agarre, yo, principal sospechoso, castigado, como primera medida, hacer el aseo de la sala de clases al término.
Mi compañero de asiento?, pudo ser o ver quien fue, detras de mi el Angel, pudo ser sino, vió y sabe quien, ambos, también, castigados.
Tres escobas barren mejor que una, pero habíamos dos injústamente castigados, el barrido eterno, a regañadientes y el Angel, cagado de la risa, nos exortaba a no preocuparnos, que nos mantuvieramos callados y yá se le pasaría el enojo a la profe.
Pero el asunto no paró ahí, doña Lidia llegó a verificar el castigo y nos comunicó que estabamos suspendidos de clases por tres días y deberíamos retornar con los respectivos apoderados.
Se complicó la cosa y el Angel prometió resarcirnos por el silencio y las molestias que nos ocasionaba, al día siguiente traería una torta y mucho tiempo para comerla, hasta el absurdo dolor de guata.
Transcurridos los días de vagancia, comparecería con un familiar alternativo como apoderado, mis padres no se encontraban en el pueblo, y el tema, no escaló, al parecer. No se volvió a hablar del asunto, ni entre nos. Aunque puede ser la mar de fondo que años más tarde, a raiz de otro incidente, culminara con mi expulsión del Liceo José Miguel Camilo dirigido por la misma profe. Obvio, otra historia.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Oscar González Becerra y los 33.

Oscar González Becerra y 33 mineros. [HQ] Don Ramón González Gómez tañaba la guitarra y cantaba a lo divino en los velorios de angelitos y la tía Carmela Becerra,era cantora y guitarrera. Los escuché y por cierto que el tío Oscar también, él bebió de aquella savia. Toca guitarra y la acordeón la aprendió de solo darle, de oído. Juntos, con la tía Zulema, hacían un buen dúo, ella cantaba,también procrearon varios artistas cuyo contagio se extiende hasta los nietos. Juntos, vinculados en un emprendimiento artístico con la poesía del Tata y el power de los nietos, éste dedicado a los mineros de la mina San José, el día 17. Arte para rato...cada vez mejor.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Llanca de Cáhuil.

APELLIDO LLANCA, ¿DE ORIGEN MAPUCHE, VASCO O JUDÍO?

Estimado Washington:

Interesante saber sobre el apellido Llanca, palabra que es una de las más enigmáticas de nuestro acerbo, diría también, del mundo entero.

Manuel Llanca es el personaje que el escritor Manuel Rojas encontró en Cahuil y era vendedor de sal, y que tenía los ojos verdes y el pelo claro, a quien este escritor le preguntó qué significaba Llanca? y el mismo Rojas presumió que la palabra era de origen vasco. Manuel Llanca de Pichilemu, sí es pariente mío. Tenía una botillería y ahora, o siempre, su mamá una Residencial en la esquina de la calle de la Municipalidad, son parientes que vienen de uno de los hermanos de mi abuelo Honorio Llanca Pavez –que fue la primera autoridad policial que tuvo Pichilemu y gobernó junto con el padre del Cardenal Caro–, el tío Domingo quedó ciego por la sal de Cahuil.

En el estudio que hice sobre la toponimia pichilemina hablo de la palabra Llanca. Antonio Saldías lo publicó in extenso en su blog (www.cahuilsalinero.blogspot.com). Es uno de los trabajos de investigación más interesantes que he realizado. Aquí algunos estamentos intelectuales universitarios, lo han encontrado más que valioso, y me han solicitado un trabajo más extenso sobre él a pedido de una editorial judía de Berlín. Veremos si lo hago para ellos o para Pichilemu y todo el incrédulo Chile.

Acerca de la verdad de esta palabra, de la cual hasta el psicoanalista famoso Sigmund Freud, se encargó de analizar, es de origen semita oriental, propiamente hebrea, conocida desde antes que apareciera Moisés en la historia de los judíos, desde esa etapa de "Los hombres del Mar", los cretenses, que invadieron Egipto, adueñándose de él durante siglos y fundiéndose con esta civilización, la palabra significa lanza, dio origen al verbo lanzar, que eran los rayos que Júpiter lanzaba provocando grandes tempestades que arrasaban con bosques y seres vivos. Después los judíos, que copiaron toda la cosmografía religiosa, tanto de estos hombres del mar como de los egipcios, incorporaron esta palabra a uno de los ángulos del ojo de Jahvé, propiamente la escuadra, las tres puntas de la lanza de Júpiter –después fue el ojo escrutador de Jehová, cuando los judíos conformaron su religión–, tomada, como dije, de otras creencias, le llamaron a esos ángulos Johann, Jehú y Josué, el sonido de la "j" como raíz da la señal de un mismo significado e igual proveniencia.

La palabra y sus semejantes derivados, a mi entender de ese Llanca, de tan bello sonido es hebreo, no mapuche.En Europa: en España, existe como Juan y sus grafías y fonéticas de acuerdo a cada lengua; son cantidades en Alemania los Johannes, Jens, Hans; en Polonia Yanka Juanita; Yanco Juanito; Yanky Juanillo; con otras consonantes iniciales como Janka, Chanka, Chanca, Llanca, Yanqa, y así hasta casi nunca acabar. Incluso como entre los mapuches compuesta como prefijos y sufijos, o simplemente como raíz, entendiendo esto en términos lingüísticos.

Por ejemplo: Llancaqueo, no es más que un Johann, o Juan de la etnia aquea, a la cual pertenecía, en la antigüedad, un numeroso grupo de judíos; un Llancaman es Juan hombre, man es en Germano ser humano, (los sacerdotes que evangelizaron la araucanía fueron casi todos alemanes). Suma y sigue y no acabaríamos nunca, hasta convertirse, el aclarar esta palabra, en una fantasía increíble. Así de simple y de ello Pichilemu tiene el privilegio.

Esta etnia, la mapuche, la tomó de los conquistadores igual que la palabra chile, rancagua, lebu, pichi, Lemu, y cientos de otros topónimos o nombre de cosas, y las incorporó a su vocabulario, ignorando su significado lo valoraron por venir del conquistador, a quienes la mujeres se entregaban sin decir "agua va", porque tener un mestizo era progreso étnico, así lo entendieron los negros de EEUU, y todos los seres ante sus conquistadores. Ante los romanos sucumbían todos.

Es muy digno, pese a la ignorancia de muchos, que el hombre que sabe de dónde viene asuma su ascendencia y defienda sus valores. Nosotros los pichileminos, somos, tan sólo, lamentablemente, mestizos de judíos y promaucaes, promaucae significa ratón ciego, que es como se nombra al murciélago.

Por si hubiera algunas dudas, al incrédulo le sugiero que en "Google" ponga la palabra Llanca y verá como aparece en España, y si busca en "Youtube", la verá aparecer, en movimiento, en un pueblo de hermosísimas playas –y de un turismo envidiable por el orden, el progreso y su creciente divulgación por toda Europa– de Cataluña, cerca de la frontera con Francia, arriba de Cadaqez. Llanca con cedilla, signo tomado del francés, es un pueblo que fue fundado en el 1200 y perteneció hasta 1492 al conde Corral de Llanca y su familia. Supuestamente, por ser judío, para evitar ser quemado en la hoguera inquisitorial, este noble personaje viajó a América cargando con toda su tradición y sus honrosos apellidos, como lo hicieron los conquistadores Cortés, Pizarro, Alvarado, Castillos, Caro, Gaete, Carvajal, etc., etc., y todos los judíos exiliados de la Inquisición en esa etapa desde el descubrimiento hasta la colonización americana.

Es de nunca acabar. No creo que tenga tiempo, en mi vida que se acorta, de aclarar este misterio, que pareciera no tener importancia, pero ante tanta ignorancia de no saber de dónde provienen nuestros nombres, ni siquiera la palabra Chile, nos encontramos ante la oscuridad que no deja ver el futuro. Si no sabemos de quiénes venimos, ¿sabremos algún día a dónde vamos?

Lástima no tener el Mail de ese Manuel Llanca, y de haber perdido contacto con Vargas Llanca de Australia. Por último, creo que todos los pichileminos de apellido Llanca somos parientes. Hermoso estar vinculado a nuestra tierra con tanta raigambre, todos lo estamos, en todos los confines de la tierra y valemos, no por lo que la sociedad que impera nos evalúa, sino por la esencia en la que uno se reconoce. Más ahora, que ese pueblo mapuche de nuestros medios antepasados es avasallado, justamente por la otra mitad como lo fueron los judíos conquistadores, en su mestizaje con el mapuche, y que son ahora, los judíos que siguen conquistando a Chile, los dueños de casi todo, gobiernan, tienen un presidente judío y casi todos sus ministros también lo son. Es decir, en Chile, la lucha entre mapuches y judíos conquistadores sigue como en esos años de 1540, desde que llegó Almagro y Valdivia.

Pichilemu tiene uno de los misterios lingüísticos más interesantes. Caminando por sus calles, en seres vivientes portándolo con humildad y diría, una magnífica soberbia que lo engrandece. Así es la historia, una palabra provoca curiosidad y da lugar a desparramar conocimientos a explayarse alegremente en esta matutina jornada que empiezo leyendo tu amable mensaje. Gracias por él.

Un abrazo.

Jorge Aravena Llanca

Desde Berlín, Alemania.

martes, 14 de septiembre de 2010

Cáhuil, de Aravena Llanca.

Estimados amigos.
En vista del éxito de las salinas en esas votaciones,
les mando un poema, que tiene música, para que aprecien,
en su contenido el cariño hacia nuestro terruño.

Gracias Antonio por abrir ese espacio a mis inquietudes. Espero que les sea útil.
Un abrazo.
Jorge.

CAHUIL.

Cahuil de sal de promaucaes tiempos,
con antigua heredad de viejas tradiciones,
dormidos se quedaron tus dioses en tu pecho
en cuadros que ornamentan tu endurecido pecho,
abrazando a la luna que te contempla herida
en los reflejos blancos de tu espuma salina.

Cahuil, Cahuil,Cahuil
tu laguna de sal exhala historias
de remotas aldeas, indígenas primaveras,
con gaviota que volando protegen tus laderas.

Cahuil de calles de mis amores Llancas,
laguna de mi sala de esfumaciones blancas.
El estero Nilahue, que viene de la Villa
su semen te penetra y te da nueva vida.
Su ritmo te procrea resurrección salina
en conos que se apilan brillando en tus orillas.

Cahuil, Cahuil, Cahuil,
cerrados para siempre la luz de sus pupilas
quedaron sin futuro hombres de piel oscura
que no olvidan el amor a su raza perdida.

Laguna eterna, entrañable y querida,
ardiente soledad de mi piel pichilemina.

lunes, 23 de agosto de 2010

Familiares de A. Ross E.

Desde una página de la Red, tomé una cita de don Jaime Ross Trocoso, con fecha 20 de octubre del 2008, época en que el edificio del Casino de Pichilemu, se encontraba en restauración, y de las que se pueden colegir o confirmar importantes conclusiones;"Este Casino y el Parque, fue creado por la visión que tuvo mi abuelo Agustín Ross de crear un Puerto en Pichilemu.
Mi abuelo, don Agustín Ross, tenía también en esos años un Ferrocarril, que lo trajo de Inglaterra, en Punta Arenas, desde la mina Loreto hasta el muelle, para abastecer de carbón a los buques a vapor."
Se desprende a simple vista, de los comentarios del señor Ross Troncoso, ´que, claramente los negocios y la rentabilidad de Don Agustín Ross Edwards, gira en torno al tema del Puerto y su mercado, el transporte marítimo. Proveedor de insumos para las naves y servicios de Hostelería y entretención para las tripulaciones. Mercado Turístico, en esa época, no existe.
Al caerse la opción portuaria, en Pichilemu, las costosas obras iniciadas, variaron su curso, se reinventaron y son el legado.
Hoy las minas de carbón de Lota son una fuente de ingresos y de empleos en el area del turismo, desde mucho antes su famoso Parque, yá lo era y no se podría afirmar que el origen o que la motivación de sus dueños, era la visión turística.
Super romántico.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Festín de poesía.

Hoy recibí una bella tonada cantada por Angel Parra basada en unos versos de don Manuel Rojas, de los cuales conocía algunos fragmentos. También, había escuchado como de pasada, "creo que uno de los Parra tiene una canción de Cáhuil..." Hace mucho tiempo, desde los primeros contactos con esta obra, como una magia está presente en todo su esplendor, letra, música e imágenes de Antonio Ortíz, de Los Amigos de Cáhuil.
Todo, para coronar el gozo de los Infiernillos de Oscar Castro y Jorge Aravena Llanca, que les muestro in extenso, ahora, ya...
Infiernillo, / tu mar está destrozando / un cuento de barcos idos. / Tus rocas dentadas muerden / el agua en duros molinos / y salta la espuma frágil / como una harina de lirios.
Infiernillo, / para gaviotas de vientos / acuñas alas de vidrio. / Cómo levantas alto / diez mil pañuelos de lino / para saludar la sombra / de bergantines perdidos.
Tus aguas bailan la polca / violenta del equilibrio, / la transparente pollera / llena de encajes floridos. / Infiernillo, / los pechos verdes del mar / rompen en ti sus corpiños.
Dictas lecciones y sumas / de caracolas marinos. / Las rocas que te circundan / son azules de suspiros. / Infiernillo, / tu mar está destrozando / un cuento de amores idos”.

Infiernillo

El fondo del mar en Infiernillo, / emergió rocoso y se erizó agresivo, / erupcionó del fuego con fuerzas tutelares / submarinos designios de piedras como altares.
Su antigua soledad, la historia de Infiernillo, / estalló en mil pedazos de embravecidos ruidos, / desgajó las aguas e intentó llegar al cielo / e inspiró al oleaje que lo desgarra enfurecido.
Es en Infiernillo donde el mar de Pichilemu / estalla en el cielo cuando se va poniendo el sol, / dibuja expresiones de dioses moribundos, / desconocidas formas, colores de otros mundos.
Infiernillo existía bajo el mar y anticipaba / la historia de Pichilemu en piedras arrodilladas. / Sobresalió asfixiado con fuerzas milenarias. / En un lecho volcánico resisten sus entrañas.
Calor endurecido, cruda religión de piedras / moldeó agrestes figuras de rostros calcinados. / En qué lejanos tiempos cual maldición divina / revolucionó el misterio de la vida marina?
Comulga con nosotros la belleza de Infiernillo / como exaltación profunda del anhelo de Dios, / de morir todas la noches y resucitar al otro día / ilumina a Pichilemu y germina nueva vida.

domingo, 4 de julio de 2010

Aravena Llanca y Neruda

La calle junto al río.

Jorge Aravena Llanca


–Escríbelo Honorio. O por lo menos cuéntanos esa historia. No entiendo, por qué a estas alturas de tu vida, viejo y enfermo sigues callando tantas cosas que guardas en tu memoria...
– ¿Es un pecado no darlas conocer?
Edulia, miraba a Honorio fijamente en los ojos, en cuyas enfermas pupilas, casi borrosas por la niebla de los años y sus continuas quejas, se había visto tantas veces retratada. Ahora, esas nubes blanquecinas que las cubrían, no dejaban ver con nitidez el verde de esos ojos que tanto había amado antes de cada beso y apasionadamente en las despedidas.
La voz de Edulia tenía un eco sordo, producido, a esas alturas de la vida, por su amarga experiencia en las despedidas y resonó adolorido en la pieza de la antigua casona.
–Es egoísmo Honorio. Cuéntale al doctor Carvajal, todo lo que sabes sobre Pablo Neruda. Van quedando muy pocos que lo conocieron en vida.
–Así es don Honorio –rubricó con una voz convincente el nombrado doctor Carvajal. Las historias deben ahondarse con palabras para que crezcan y la memoria se conserve en nuestra patria. Bien sabe que somos un país joven, todo nuestro continente es joven, necesitamos mitos, historias, canciones, mucha poesía como alimento para fundamentar las propuestas que les daremos a nuestros hijos.
–Así lo he creído yo también en mis sueños, siempre le he dicho a Edulia que tome nota de mis sueños –le contestó don Honorio–, para que nada quede en el olvido.
El doctor Mario Carvajal, miró a la anciana señora y esta le dijo quedamente –es que solamente sueña y cree que habla, pero no, sólo sueña, nunca me ha contado nada...
–Don Honorio, sírvase otro mate, ¿lo quiere amargo, cómo en sus tiempos en Tacuarembó en Uruguay?
–Ahora, como sea. Me convencieron –y los ojos comenzaron a brillarle a don Honorio por la asociación que le provocaba la sed cada vez que evocaba su pasado.
–Esta historia debería ser contada con un vaso de Macaya –alcanzó a decir con cierta alegría que dibujaron sus labios.
–La repetiré otra vez, aunque pienso que más de alguno de aquellos a quienes le he contado lo que sé de Pablo Neruda, ya lo deben haber escrito.
– ¡Vieja! ¿No tenemos nada que ofrecerle al doctor?

–Ocurrió así. Cuando Salvador Allende ganó las elecciones ese 1971, y siendo ya presidente de Chile, cumplió la promesa que le hizo al poeta Pablo Neruda: que si retiraba su candidatura y él ganaba las elecciones lo nombraba Embajador en Francia. Ahí, en París, estando cerca de Suecia, el Premio Nóbel sería más fácil de conseguir y, se haría todo lo posible en cuanto a publicitarlo. Como fuere, serían fuertes las presiones del gobierno de Chile ante las autoridades de la monarquía sueca. Allende cumplió. En cuanto fue elegido presidente lo postuló a Embajador en Francia.
La Universidad de Temuco a cargo de una iniciativa del profesor Guillermo Quiñónez, ideó la despedida del sur, de la Universidad, de Almagro, de Lautaro, de los lugares que lo vieron nacer y crecer. Se le presentó a Neruda una terna de tres profesores de historia, de tres poetas, de tres cuentistas, de varios ensayistas, de tres científicos y de tres músicos folklóricos.
Neruda aceptó a casi todos, pero cuando llegó a los cantores que eran el grupo Quilapayún, Víctor Jara y Ángel Parra, los borró a los tres y me puso a mí, escribió en la lista sólo mi nombre y Honorio Morales fue el elegido. Y yo fui el único destinado a darle la despedida con guitarra, canciones alegres, sentidas rancheras mexicanas y valses de la guardia vieja. Lo que a él le gustaba, con las que siempre yo lo complacía.
Mi esposa sabe que yo siempre andaba, en cada reunión, con guitarra y una máquina fotográfica, por ello y por mi afán hacia la a poesía, era siempre invitado a todas las reuniones de escritores y poetas. Como nunca a nadie le cobré nada y regalaba las fotos que tomaba y le ponía música a los poemas de todos los inspiradores de sueños, como fuere la calidad de los mismos, todos me tenían aprecio.
Quiero abreviar pues estoy cansado doctor. Me cuesta recordar. ¿Curioso no? Nadie sabe el esfuerzo de un hombre viejo para activar la memoria y menos saben, y ¿a quién le importa sus últimos pensamientos antes de morir?
Le decía y, por si no lo dije, que junto a Pablo Neruda estaba Juvencio Valle, su amigo de la infancia, por supuesto un invitado de honor, infaltable a esa cita.
Ambos estaban parados y apoyados en la baranda del puente del río Cautín, viendo como las aguas del antiguo y cotidiano río de su infancia, se deslizaban imperturbables hacia el lejano mar. Conversaban mientras yo los fotografiaba, desde la derecha, mirando hacia el sur del río, desde la izquierda teniendo como horizonte la primera calle del pueblo, de frente al río, me alejaba y me acercaba. Ambos me dejaban sacar fotos sin perturbarse, pues sabían, y conociéndome, que esas imágenes tendrían un buen destino.
Pero yo, doctor, que siempre tuve un oído muy fino, escuchaba cada palabra de su conversación, cada dejo e intencionalidad en la cadencia de sus voces y, atento siempre, sin perderme ni un acento.
El día estaba despejado. La brisa sobre las aguas del Cautín daba en nuestros rostros, aliviándonos, con cierta fragante frescura que aun no olvido.
Ambos caminaron hacia la calle al lado del río.
Neruda le dijo a Juvencio: –Juvencio ¿siguen siendo de tierra enamorada los caminos de la patria? ¿Las semillas que sembramos en sus surcos ignoran aún sus nombres? De nuestra infancia ¿te acuerdas Juvencio?
Mira, esas casas han quedado bajo el nivel de la vereda.
¿No recuerdas como eran?
¡Ahí, sí, sí, antes estaban más arriba!
¿Recuerdas Juvencio?
– ¿Cómo no Pablo? Te conozco. Sé que estás hurgando en tu pasado. Sobre esa calle te encontré muchas veces divagando solo y muy curioso mirando ansioso, como buscando algo.
¡Ah! Yo no olvido nada Pablo. Sé que estas repitiéndote un paisaje de tu vida pasada.
–Juvencio querido, ¿no era ahí donde vivía esa hermosa mujer María Valenzuela? –y le indicaba con el dedo la dirección de su creciente angustia.
–Inolvidable esta calle de tierra Pablo –respondió quedamente Juvencio–, al lado del río, su casa era la primera. ¿Sería esa? Tenía unas macetas de flores y cactus florecidos todo el año.
–Juvencio –dijo Pablo–, y tu mirándola calladito como siempre, pues también estabas loco de amor por María Valenzuela.
–Pero nunca te dije nada Pablo, respeté que tú también la amaras. Esa confirmación en poemas los dejé para ti.
–Bueno. Eran calenturas de cabro chico, de palomilla iniciación Juvencio. El inicio de esas emociones que estallaron después con Guillermina, mientras tú Juvencio, te iniciabas enamorado de la luz de los verdes prados. Siempre fuiste más cauteloso que yo, por eso siempre te he llamado Juvencio Silencio.
–Tú, Pablo –le respondió Juvencio algo eufórico–, eras un gritón cuando descubrías que estabas enamorado. Lo cantabas sin guitarra a los cuatro vientos, hasta que comenzaste a escribir, desde la escuela primaria, con desesperación tus sentimientos.
–Esta María Valenzuela era muy bella Juvencio. Tenía maternidad y lujuria, su paso eran los deseos ocultos de toda nuestra juventud, esa energía que mantiene la vida sobre la tierra. ¿Cómo caminaba? ¿Cómo se movía? Olía, Juvencio, ahora lo sé, olía a hijos sobre la tierra, a espigas maduras, a las caricias de la chicha de manzana del alemán de la bodega Monchen. ¿Recuerdas cómo se cimbreaba? Hasta las aguas del río se ponían a cantar y se detenían al verla pasar.
– ¡Ah! Mi María Valenzuela, de ella, ¿sabes Juvencio, cuánto aprendí sobre el amor? Después, te confieso, tan sólo cambié su nombre sobre la piel de cuántas amé, el acento y el ritmo de cada poema de amor que escribí, pues María Valenzuela fue la primera emoción, blancas colinas, que nunca se unió a mi piel

–Así, conversando y levantando cada vez más la voz, ambos llevaron a la esquina de la calle con la cual se iniciaba el pueblo y llegaba hasta donde el río se había torcido, –esas aguas eran, doctor Carvajal –dijo don Honorio sacudiéndose algo que lo perturbaba–, como la espina dorsal del pueblo de La Nueva Imperial, por ahí, al fondo, en esa misma vereda, estaba la escuela, donde Pablo y Juvencio, se sentaban en el mismo banco a copiar poemas de los franceses y alemanes que devoraban con locas ansias de aprender a ser sentimentales.
Curioso doctor, primero somos poetas por las palabras que otros pronuncian, después por el verbo de nuestras madres, luego por la palabra escrita que vienen en los libros que ya son más variadas, locas, diversas y traen paisajes de tiempos y patrias lejanas y, al final, las palabras que aprendemos cuando alguien nos dice que nos ama.
Toda la ciudad estaba expectante. Todos sabían que esa noche se organizaba un recital de poesía y que los lectores principales serían Pablo Neruda y Juvencio Valle las estrellas de esa jornada.
Todos sabían algo sobre la fiesta que se anunciaba, hasta las calles de la ciudad sabían por qué se había callado el canto del viento y por qué el polvo se había ido depositando, quieto y apacible, envolviendo, como piel velluda la carne de las piedras apretujadas entre la tierra seca.

–En las puertas de las casas –seguía diciendo Honorio Morales–, en casi todas de esa calle, estaban sentadas en bajitas sillitas de mimbre, unas viejitas vestidas de negro hasta los tobillos y con un pañuelo, también negro cubrían sus cabelleras, no dejando casi nada de su rostro a la impertinencia del aire.

– ¡Vamos Juvencio!
– ¡Preguntemos!
– ¡Rubriquemos este poemático paseo con preguntas!

–Ambos se acercaron a la puerta de la primera casa de la calle inmediata a la bajada del puente, y mirando a la primera viejita sentada en el quicio de la puerta de esa casa, que estaba con los dedos de sus manos enlazados y apoyadas ambas sobre su falda, moviendo incesantes los pulgares como asta de un molino. Se veía quieta y apacible como la eternidad.
Pablo se inclinó hacia ella.
–Yo, Honorio Morales, no siendo un desconocido en ese paraje, iba siempre detrás de los poetas con la máquina fotográfica lista para disparar.
Así, expectante, le escuché a Pablo preguntar con ese dejo cansino, algo fatigado y melancólico de su voz, voz que yo conocía desde hacía mucho tiempo, al igual como conocía el paisaje y las casas de aquella calle.

–Perdón señora. Buenos días. ¿Usted es de aquí?
La viejita movió la cabeza afirmativamente.
–Usted, talvez recuerde, señora, que en esta casa, en esta o la de al lado, vivía, hace muchos años, muchísimos años, una hermosa niña que se llamaba María Valenzuela. ¿Recuerda usted algo de ella?

–Yo estaba, doctor Carvajal, a un metro de los poetas. Juvencio tenía la boca abierta y Pablo temblaba, los vi doctor, y le digo y le juro que ambos temblaban.

La mujer levantó la cabeza, miró de frente al poeta y le dijo:

– ¡Soy yo Pablo!

–Y, créame doctor, los dos poetas se miraron entre sí, sé que con la garganta seca y llena de polvos antiguos, de poemas y amores de muchos caminos, como pidiendo un vaso de chicha de manzana para su inoportuna sed y, sin decir palabra o gesto va, emprendieron una desenfrenada carrera en medio de la calle.
Se arrancaron corriendo doctor. A las que te criaste; como que vienen los pacos; ellos sentían en sus oídos como en su juventud, que alguien gritaba: ¡cabros pesados! ¡Camotes! Eran dos niños que huían de una fechoría, asustados corrían arrastrando los pies.
Levantaban a dúo el barro seco, en polvo convertido, detenido y enamorado por la fiesta de la despedida del futuro embajador en Francia, ambos, mirándose asustados, se alejaron en loca carrera, cimbreando sus traseros, perdiéndose entre la niebla que se levantaba detrás de ellos.

–Yo me quedé, familiarmente, unos instantes más mirando las arrugas y el pelo blanco, sintiendo el calor, hasta el temblor del alma de María Valenzuela que se secaba las lágrimas de sus cansados ojos. En ese instante me miró y yo le respondí con una leve y tierna sonrisa.
–Y los poetas, cuando ya no se vieron físicamente entre la polvareda que levantaron sus pies, me indicaban, así lo entendí, con su desenfrenada huida, cual distante vivimos el presente de la vida, alejados de nuestro pasado.

–Sí, doctor. ¡María Valenzuela era mi madre!



Jorge Aravena Llanca
Berlín, diciembre de 2009