miércoles, 1 de agosto de 2007

PICHILEMU, por Jorge Aravena Llanca.

Desde Berlín, residencia de mi amigo Aravena Llanca, he recibido sus notas del estudio realizado sobre el origen del topónimo Pichilemu. Este extenso trabajo forma parte de su libro, “Historia de las canciones de Pichilemu”, con él se pretende contribuir a una revisión amplia de uno de los factores que nos identifican, la denominación del territorio que heredamos de nuestros más antiguos antepasados.
Creemos que la última palabra no se ha emitido, Usted puede hacer un aporte y comentario en este Blog, la invitación está hecha, pronto, más Pichilemu, un Pichilemu inquieto, que camina, que se siente, que vive, como lo vive Jorge, desde Berlín.


Etimología de la palabra Pichilemu

En todos los diccionarios y enciclopedias en lengua castellana y en el RAE, Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra Pichilemu dice lo que ya todos sabemos: Pichilemu. Geog. Municipio de Chile, en el Dto. de Santa Cruz, de la provincia de Colchagua. Dan cifras de la cantidad de habitantes y una designación que la señala como: balneario popular. La Enciclopedia Universal Sopena aun da señales que sigue siendo un puerto del Océano Pacífico.
Naturalmente, los libros arriba mencionados, afirman lo mismo que los primeros Diccionarios Araucanos, el de Fray Félix José de Augusta, el de Rodolfo Lenz y el del Padre alemán Ernesto Wilhelm de Moesbach en su Voz de Arauco . Estos últimos coinciden en afirmar: Pichilemu: lemu: bosque, pichi: pequeño = pequeño bosque. Todos los diccionarios posteriores repiten lo mismo. Walterio Meyer Rusca, Pablo Groeber, Juan Grau V. y hasta los diccionarios argentinos sobre palabras mapuches, como el de Esteban Erize, se remiten al de Augusta y al de Lenz, y sin opiniones divergentes repiten la definición. El Dr. Juan Grau V. proporciona un dato final más actualizado: Pichilemu: (del map.: pichi = chico y lemu = bosque) Bosque pequeño. Pueblo, balneario y puerto de la Provincia del Cardenal Caro en la VI Región. Y añade el dato: Hemos encontrado un apellido.
Nuestras investigaciones

Junto con Pedro de Valdivia vino a Chile como soldado y colonizador Juan Caro, sirvió bajo sus órdenes, a las de Hurtado de Mendoza y Rodrigo de Quiroga. Fue también con Ruiz de Gamboa al descubrimiento de Chiloé. En l575 aun vivía en Concepción. Es el primer Caro que menciona nuestra historia. En el año de l690 en Concepción uno de sus descendientes don Francisco de Caro, contrajo matrimonio con doña Andrea Pérez, este documento Origen genealogías de familias chilenas Santiago l983, nos da un informe que corroborado con los de José Toribio Medina en su Personajes de la Colonia y en Colección de documentos Inéditos nos acerca, con una ayuda informativa bien documentada a un personaje al cual, por su importancia más que por su origen, se le han dedicado muchas páginas escritas a diverso nivel, nos referimos al Cardenal José María Caro, nacido en la hacienda San Antonio de Petrel comuna de Pichilemu, el 23 de Junio de l866.
Al hijo del Capitán don Francisco de Caro, al joven Alférez Caro, militar como su padre, las autoridades españolas le quitaron la encomienda de indios por ser mestizo. El padre del Alférez, don Francisco se había casado con una india mapuche y el nacimiento de sus hijos contradecía una ley, nueva por entonces, de que sólo eran españoles los nacidos en la Península y sólo ellos tenían derecho a poseer indios a su servicio en calidad de encomenderos. En México esta ley tenía vigencia desde l556. Hasta ese momento el joven Alférez Caro, igual que su padre, retrocediendo hasta llegar al primer Juan Caro, pertenecía al grupo de judíos conquistadores que, bajo el rubro de cristianos nuevos, buscaron en el Nuevo Mundo la Tierra de Promisión , la Tierra Mesiánica . Históricamente fueron judíos ibéricos casi todos los conquistadores peninsulares. El apellido Caro, muy documentado, pertenecía a las más rancias y antiguas familias de rabinos judíos que España erradicó hacia toda Europa y América a consecuencias del fanatismo ejercido por las garras de la Inquisición.
En nuestro territorio los conquistadores judíos-ibéricos, sin dar muestras evidentes de que lo fueran -sobre todo los mestizos nacidos de indias y españoles- poco a poco, acosados por las autoridades eclesiásticas y en una asidua práctica de las costumbres católicas severamente controladas, abandonaron paulatinamente su anterior religión, sin poder olvidar consecuentemente su potencial genético, acogiéndose a la nueva, la católica, sin perder por ello indicios calificativos: apellidos, fisonomías, tradiciones, costumbres en la forma de cocinar, de vestir, de practicar su ancestral tendencia a lo místico y las observancias religiosas que completan en nuestros días su panorama espiritual, inclusive, en la puesta en práctica de su perseverancia religiosa católica imbuidas de las tradiciones místicas de las religiones tanto islámica, judía como cristiana. Estas observaciones, válidas para España y toda Latinoamérica, nos llevan a ratificar estas documentaciones, al punto de afirmar que el plasma chileno es de diversos orígenes, africano occidental: sahariano-tarteso-ibérico y mapuche; africano oriental: semita-judío y mapuche y europeo: celta-godo-germano y mapuche, contrariamente a lo que afirma Nicolás Palacios en su obra Raza chilena , 1919. Los conquistadores judíos ibéricos, con estas ricas y variadísimas mezclas raciales, fueron nuestros padres y dejaron su descendencia criolla, como yerba buena entre araucarias, donde el rasgo facial mapuche de nuestras madres aun se advierte, en viriles facciones de inteligente serenidad, en nuestros rostros pichileminos.
El joven Alférez Caro, herido en su orgullo y una gran decepción, con toda su familia se trasladó al centro del país, al territorio ya denominado Colchagua. Ahí se les dio lugar para trabajar como campesinos a todos los mestizos que con él venían, que sin duda se apellidaban Gaete, Herrera, Hidalgo, Leyton, Morales, Lobos, Martínez, Sánchez, Mella, Méndez, Llanca, Mora, León, Acevedo, Arraño, Pérez, Figueroa, Pavéz, Clavijo, Lizana, Vargas, Vidal, Leiva, Cornejo, Cabello, Becerra, Barahona, Silva, Maturana, López, Caroca, Parraguez, Galarce, Jorquera, Huerta, Castro, Gómez, Labarca, Chacón, Liébana, Bravo, Díaz, Rojas, González, Osorio, Polanco, Parra, Acosta, Acuña, Alfaro, Alcalde, etc., etc., y otros como Le Caro, que terminaron casándose entre ellos y su prole, con un mosaico de facies y de apellidos de todas las sonoridades, ascendiendo genéticamente, sin retrocesos a la primera indígena sangre materna, lo que hace al pichilemino no sólo parecerse entre ellos, sino que han adquirido rasgos faciales muy definidos, lo que no es ninguna excepción pues este entrevero genético lo revelan, maravillosamente, casi todos los pueblos chilenos donde abunda la prole mestiza que es muy diferente a la de otras realidades de Latinoamérica. Los apellidos de los pichileminos están calificados, por los mismos estudiosos españoles sobre la Inquisición, su historia y sus consecuencias dentro de la filiación de los judíos venidos, como cristianos nuevos y con apellidos cambiados, al Nuevo Continente a descubrir, conquistar y colonizar tierra americana. (Para esta referencia consultar a Pere Bonnín Sangre Judía , Colección DEL VIENTO TERRAL. Barcelona, España, l998)
Fue reubicado este grupo en las propiedades de la familia descendiente del conde de Lemus, que desde casi el comienzo de la conquista emprendida por Pedro de Valdivia, hasta esos años, había pertenecido a varios conquistadores cambiando repetidas veces de mano. Muchos de estos datos y nombres de propietarios no están registrados en ningún libro, pues el lugar en sí no tenía mucha importancia por carecer de riqueza cuantitativa explotable de inmediato; y además podría bien estar a nombre de un terrateniente, cosa muy habitual, entonces y ahora, para ocultar la riqueza de la nobleza, de los políticos y de sus administradores. Al lugar al que llegó el Alférez Caro, se le llamó posteriormente Ciruelos y los nombres que los inmigrantes le pusieron, en primera instancia, a su nueva patria coincide con sus, ahora, abandonados principios judaicos: Nuevo Reino, entre otros.
Al primero que menciona la historia, que se le regaló el territorio, fue a Juan Gómez de Almagro, el 24 de enero de l544 por Pedro de Valdivia, junto con todos sus caciques llamados Topocalma, Palloquierbico y Gualauquén -datos que da Toribio Medina, corroborados por Antonio Saldías González en su libro Pichilemu. Mis Fuentes de Información- que debieron entregarle todos sus indios poromaucaes o promaucaes, para el servicio y mantenimiento físico de los señores conquistadores. Poco tiempo después Gómez de Almagro disputó el territorio con Antonio Tarabajano sobre la pertenencia de estos caciques y de su prole.

Lemus, Lemo, Lemos, Lemuz, Lemur, Lemnos

Cuando el Conde de Lemus, o de Lemos, etc., lo adquirió o le fue confiado a su nombre, seguía siendo un paraje sin riquezas, es decir, sin oro que explotar. Carecía, por tanto, de interés para el conquistador. Era un espacio cubierto por pequeños árboles, y se debió denominar a la propiedad los bosques de árboles pequeños del Conde de Lemus . La mención sobre el Conde de Lemus la encontramos en Autores españoles de Gonzalo Fernando de Oviedo en su descripción y conquista del Perú, en un estudio de Juan Pérez de Tudela Bueso. Sobre Pichilemu nada hay escrito en los documentos de la conquista, sin duda a causa de la escasísima población indígena que allí existía, datos que apunta José Toribio Medina en su insólito, y casi increíble, informe Pichilemu, restos arquelógicos , publicado y financiado a instancias de Agustín Ross en l908, en su intento de darle al balneario, por él creado, relieve a nivel histórico y arqueológico, factores de importancia científica que pudieran cualificar y cuantificar su empresa turística. Pero esta historia, de cuánto le pagó Ross a José Toribio Medina, la entregaremos en otra ocasión.
Hasta aquí tenemos una de las palabras claves, Lemu, que en el vocabulario mapuche hasta ahora ha significado bosque. La palabra bosque resume de por sí una parcialidad de árboles. Pichilemu debió haber sido por esos años una verdadera selva de árboles, si bien pequeños, una tremenda selva, tal vez impenetrable, totalmente virgen, agreste. Allí los primeros ocupantes encontraron un auténtico paraíso, pues como han dicho algunos historiadores respecto a Chile, ni el hombre ni sus cabras habían desforestado los bosques ni el manto verde de la naturaleza. Mal entonces que la denominación se haya reducido tan sólo a una parcialidad como indica la palabra bosque.
Nuestra opinión es que la denominación, cuando comenzó a ser escrita en papeles administrativos de la colonia, se debió dirigir a todo el conjunto por esa característica de ser pequeños o pichis los árboles ahí existentes. Este apócope, pichi, de la frase, de bosques de árboles pequeños del Conde de Lemus , es muy común, tenemos el caso ilustrativo de Santiago de Nueva Extremadura, que se redujo a Santiago; Santa María de los Buenos Aires, que quedó en Buenos Aires, y si seguimos con los apócopes de San Santiago debemos decir que Santiago significa San Jacobo, Jacobo es también Diego y Yago o Yiago y Jack. Si seguimos así no terminaríamos jamás pues en España y en nuestro continente existen cerca de 3.500 lugares con el nombre de este santo.
Lemus o Lemu, con sus variantes Lemo, Lemuz, Lemos, Lemur, en Español y Latinoamérica es en la actualidad, sobre abundante como apellido. En Argentina existen en la guía telefónica 70 Lemos, 26 Lemus y 1 Lemuz; en Quito, Ecuador: 37 Lemos, 14 Lemus; en Guatemala: 300 Lemus; en Costa Rica, San José: 8 Lemus; en Bolivia: 4 Lema y 8 Lemus; en Las Palmas de las Islas Canarias: 1 Lemu; en Caracas, Venezuela: 15 Lemos, 3 Lemur, 37 Lemus; en México: 720 Lemus; en Panamá: 300 Lemos, 11 Lemus, 1 Lemur; en Madrid: existen Lema, Lemos, Lemur, y contamos 15 Lemus; en Cataluña, Barcelona: 20 Lemos, 1 Lemur y 11 Lemus. Toribio Medina en su libro Personajes de la Colonia consigna a un Fray Luis de Lemus, que vivió en Chile, de la orden de San Agustín nacido en l620 y muerto en Madrid en l702. Francisco J. Santamaría en su Diccionario General de Americanismos tiene consignado: Lemuyana. (de Lemuy nombre de lugar. / Solanum tuberosum.) f. Nombre que en Chile se le da a una clase especial de papas de la isla de Chiloé.
Esta palabra y sus variantes como apellido, es, supuestamente, de origen vasco. Al primero que mencionan los archivos y único nobiliario es al séptimo Conde de Lemus, don Pedro Fernández de Castro (1556-1622) fue colonizador y además el autor de Historia del búho gallego con las demás aves de España . Era entonces la palabra lemus, en la época de la conquista, sólo un título de nobleza, no un apellido. Su propagación -más en latinoamérica que en España, tiene una multiplicación, por la cantidad de hijos que se quiera, hasta donde alcance la fantasía- y da los mismos dividendos, en criollos americanos, que todos los demás apellidos dejados por los conquistadores a su mestiza descendencia.

Los testaferros

Una práctica habitual de las monarquías del mundo entero, de la que no estuvo exenta la hispana, fue cobrar el famoso diezmo sobre los bienes materiales, oro, plata y cuanta mercadería se embarcaba desde el Nuevo Mundo hacia la Península, y el 10% de la tierra descubierta que pasaba a manos del cofre secreto del rey de turno. Éste nombraba testaferros y a sus nombres quedaban las tierras inscritas, esta práctica existe aun hoy día. Sabemos de muchas de las fortunas y del modo de operar de nuestra aristocracia, y que su calificativo de aristocracia, no es más que un escudo protegiendo bienes que no le pertenecen y que fueron usurpados en el pasado y con tanta astucia son conservados en el presente. Así el rey de España, con la complicidad de los históricos aristócratas, sigue dueño del 10% de la tierra de cada uno de los países de Latinoamérica.
Por secretos reales y libros ocultos, manejados por la administración monárquica, y por carencia de documentos administrativos auténticos que pudieran certificar la veracidad de la pertenencia de la tierra, a nombre del cual estaban, ante escribanos, con algunos documentos secretos inscritas las tierras, muchos nombres, los verdaderos, no figuran. Los libros registran nombres falsos. El Conde de Lemus bien pudo ser el mayor testaferro de la monarquía española -la omisión de su persona y de su historia es una constante que les cupo a muchos otros importantes jerarcas administrativos de la corona- pues su paso por el continente, de acuerdo a la descendencia dejada, está desparramada en toda nuestra geografía. Donde estuvo dejó significativas huellas. Por esta causa nos vemos en la obligación de buscar comprensión e incitar a que se continúen las investigaciones con intensidad y mucha serenidad.

Los lemures

Por ello -volviendo a nuestro dictado- agregamos que si no viniera la palabra Lemus del apellido del mencionado Conde, ni del nombre de la religión de Bálticos, Celtas y Romanos, la fonética no es mapuche, ni vasca, ni siquiera castellana, podría provenir del griego Lemnos, nombre de una isla al norte del archipiélago Egeo y por esos cambios de sonidos de los diversos pueblos la n haya desaparecido y por lenición la o convertida al latín en u . Los casos de lenición se dan con vocales y consonantes. Y también es posible que la religión de los lemures haya llegado, o salido, de esta antigua isla de la cual existen menciones hasta en ideogramas etruscos, 600 a.C., lengua que aún no ha sido descifrada.
Como nadie está exento de errores, más en lo tocante a palabras insertas en la historia antigua, todos los parentescos lingüísticos deben ser analizados profundamente y con un extremo cuidado, pues siempre existirán dudas en la medida que entramos en la oscuridad de nuestra civilización. Pensemos que desde nuestro tiempo año 2003, estamos retrocediendo a la conquista de Chile, Pedro de Valdivia, 1545; más atrás al descubrimiento 1492; a los años de las invasiones árabes en el 700 d.C.; visigodas-germanas en el 424 d. C; a las de los ilirios; Celtas 600 siglos a.C. hasta llegar a los 10.000 a. C. de la llegada de los saharianos, habitantes del norte de África, a la actual España, sur de Europa ¿o norte de África? Saharianos fueron en España los tartesos e ibéricos; en Italia los Etruscos; en Creta la civilización minoica, hasta la isla de Lemnos al norte del mar Egeo.
Empezamos desde los orígenes del mundo, del hallazgo maravilloso del lenguaje donde la ciencia que la estudia comienza por el hecho de que alguien se admire de lo cotidiano y natural, es decir, no que las cosas en general tengan un nombre fue lo que causó asombro a los hombres, sino que quisieron saber por qué llevaban precisamente ese nombre, en el caso nuestro: la palabra Pichilemu. Es de esperar que los lectores no tengan ahora la impresión de ser introducidos en un laberinto.
Mientras, nosotros nos quedamos con la espada de Damocles sobre nuestras cabezas, pendiente de otras investigaciones más profundas que el tiempo y otros estudiosos puedan entregarnos.
Tenemos otra palabra, que aunque no es de un estudio inmediato, fue y ha seguido siendo consignada como de origen mapuche, nos referimos a Topocalma nombre de un cacique y otra palabra importante, el recurrido y tan mencionado nombre de poro o promaucaes: los indios de la región que enmarca a Pichilemu. Más adelante daremos breves alcances sobre estas dos palabras manejadas hasta ahora como autóctonas de la lengua mapuche.
Buscando la verdad, del ser de la palabra, nos hemos remitido a RAE y este nos dice: lémur. (Del lat. Lemúres.) Género de mamíferos cuadrúmanos, con los dientes incisivos adelante y las uñas planas, menos la del índice de las extremidades torácicas y a veces la del medio de los abdominales, que son ganchudas, y la cola muy larga. Son frugívoros y propios de Madagascar. // 2 pl. Mit.Genios tenidos generalmente por maléficos entre los romanos y etruscos. // 3. fig. Fantasmas, sombras, duendes.
Lemurias. (Del lat. N. lemuría) f. pl. Fiestas nocturnas que se celebraban en Roma durante el mes de mayo, en honor de los lémures.
La Enciclopedia Universal Sopena, como es costumbre también en los diccionarios extranjeros, en este caso españoles, repite lo mismo con otras palabras para que no aparente ser una copia textual -copias que no están ni penadas ni mal vistas-. Que todo diccionario copia a otro diccionario es una verdad a todas luces.
Los caminos paralelos en este caso no existen. Los hallazgos son accidentes, pero como dice un amigo mío, uno no los busca, ellos lo encuentran a uno. Viviendo con el ojo avizor y en busca de explicaciones bien definidas, dentro de los temas: religiones antiguas; historia antigua; lingüística-histórica-comparada; etimología de pueblos mencionados por Heródoto y Plinio el Viejo en los mapas de Ptolomeo, Marino de Tiro el fenicio y el geógrafo Estrabón, etc., sus ejemplos se juntan en lugares de estudio, solitarios en espacios no esperados, no resumidos, a veces, en grupos de familias.

Los Celtas

Ahora nos remitiremos al libro LAS RELIGIONES ANTIGUAS Vol. III . de la editorial Siglo XXI. México, Buenos Aires, l992.
Se describe a los Celtas, como una rama occidental de los pueblos indoeuropeos. Estos tomaron Europa central, según se desprende de las investigaciones, como punto de partida de una rápida expansión que alcanzó hacia el siglo X o el IX a.C. la Galia y las Islas Británicas y entre los siglos VI y V a.C. a España e Italia. Este es el momento en que los Celtas entregan a los romanos una descripción de dioses que formaban el panteón de los bálticos y de todas las regiones por ellos conquistadas. Antes los conquistadores asumían las religiones y las creencias de los vencidos, ahora pareciera que no. Los romanos se limitan posteriormente a dar una lista de todo ello traducida y condensada en teónimos latino.
Y aquí es cuando comienzan los desconciertos pues cada pueblo, con su particular fonética, le da sonidos y semantización a las palabras de acuerdo a su manera peculiar de entender los fonemas entregados en cualquiera de las formas de contacto cultural. Lo mismo en los diccionarios, en el de Sopena, el Lemus de los vascos figura como Lemos. Desgraciadamente para nosotros, el cristianismo ha borrado en su mayor parte el sentido original de los términos, con el que el nombre conservado, en estas lenguas antiguas, viene a significar las conveniencias particulares de sus intereses. Así los lemures pasaron a ser, como grupo religioso para los romanos, primero unos enanos malditos y eróticos cargados a los rituales del infierno, luego feroces y despiadados que se metían como sabandijas hasta en la piel. De ahí que la palabra, lemures, venga a significar también una pequeña garrapata, ladilla que se incrusta en lugares especiales y sensibles de la piel humana o un animal extraño provisto de garras incisivas que todo lo despeña.
Pero cuando los Celtas invadieron España muchos de ellos practicaban la religión de los lemures; del interior de sus regiones viajaban con sus recuerdos y creencias transmitidas oralmente pero aplacadas en sus costumbres y se denominaron, a sí mismo los que la practicaban, lemures; la llevaban como un culto de sus ancestros y la vinculaban, a nivel familiar, a la veneración de lares y penates. Los semitas hispanos fueron y siguen siendo seres llenos de complejos ya veremos por qué- copiaban estos nombres adjudicándoselos como patronímicos de alta alcurnia, hasta que la palabra quedó en Lemus, Lemos y las otras variantes que arriba consignamos, y el que la ostentaba pasaba por ser un descendiente de un Celta y no de africano o judío, mirados a menos, y como fue el Celta un poderoso conquistador, dominador pero a la vez un profundo civilizador, pasaron al olvido las diversas significaciones peyorativas que esta palabra entrañaba desde tantos siglos atrás.
Después los españoles practicarían lo mismo con palabras germánicas cuando los visigodos conquistaron la península allá por los años 424 d.C. -llegando a ser, hasta la invasión árabe 700 d.C.- los dueños de todo el territorio de la entonces llamada Hispania. Nunca el conquistado, por ejemplo, en este caso los habitantes de la península ibérica, cuyo territorio fue, en el neolítico, ocupado por los saharianos del norte de África; por los Celtas en el norte hasta Galicia y parte del País Vasco, hasta los Pirineos; invadida 800 años a.C. comercialmente por griegos y judíos fenicios; 200 años a.C. por los judíos cartagineses; luego por los romanos; luego por los vándalos; los ilirios, luego por los visigodos-germánicos, y posteriormente por los árabes en el 700 d.C., fueron los nombradores de su territorio sino sus invasores, aseveración que demuestra la diversidad de palabras en la Península Ibérica de origen de los pueblos antes mencionados.
La importancia de estas invasiones en la Península Ibérica es que todas estas corrientes humanas, con su diversidad de lenguas, venidas de alejados lugares geográficos, le dieron un cambio absoluto y penetraron en todos los dialectos que ahí se hablaban al punto de crearse otra lengua con el conjunto de ellas: el castellano. El castellano es una corrupción de todas y de cada una de las lenguas que llegaron con los invasores, principalmente, en cantidad, la de los romanos: el latín.
Para ratificar con significativos ejemplos diremos que la palabra España, tuvo y tiene muchas grafías: Hespania, Spania, Hispania, Spanna, Spanien y es de origen judío-fenicio y significa conejo. Que Madrid significa reunión y proviene del africano bereber; que Andalucía proviene del visigodo-germano: vándalo, al cual los árabes le añadieron el artículo al-andaluz, para terminar siendo Andalucía; Portugal es puerto de los galos, o puerto de gallos. Seguimos por el camino abierto por la lingüística-histórica casi en un punto fronterizo con lo desconocido. Esto mismo sucedió en el Nuevo Mundo, no fue el aborigen el nombrador de su toponimia, y si la tenía nombrada antes de la llegada de los conquistadores, éstos la ignoraron por que los términos no coincidían con sus conocimientos e intereses económicos por ello no le dieron importancia en lo más absoluto.
Pero a lo que hay que darle relieve y decirlo en voz alta, gritarlo tal vez para que no se registren equívocos a lo largo de todo nuestro Continente, es que el llamado indio americano conservó su lengua, conservó todas sus lenguas, que siguen creciendo, hasta el día de hoy, defendiéndola con hachas, piedras y mordiscos, aunque es lamentable que se mantengan en la actualidad bastante corroídas por el castellano y en algunos países de Latinoamérica, lastimosamente, en franca retirada. El conquistador judío-ibérico, insistimos, fue el verdadero nombrador de lo que conquistaba.
De no haber sido así, los habitantes del Nuevo Mundo serían el único caso en toda la historia de la humanidad, que siendo cruelmente vencidos, casi exterminados, no sólo conservaron sino que siguieron nombrando su territorio. Que siendo vencidos -valgan las redundancias- sus habitantes autóctonos, éstos hubieran conservado y seguido dándole nombres al territorio que habitaban, pero que ya no les pertenecía y que hoy comparten en minoría, con el rigor de la fuerza con los depredadores llegados de Europa: sus vencedores.

La palabra Pichi.

El objeto de estas páginas es proporcionar material de investigación, aunque parcial, para la supuesta etimología mapuche en la toponimia del territorio chileno, específicamente en el de Pichilemu. Ahora nos estamos remitiendo a una sola palabra, Pichilemu, lo que imposibilita una rápida, por lo breve, comprensión y aceptación de nuestra tesis, pero cuando se advierte, que no es sólo una, sino centenares los topónimos, que en el Continente Americano y en Chile, pasan por ser indígenas, comprendemos y nos acercamos a la verdad, de que son de origen africano-semita-judío e indoeuropeos e impuestos por los conquistadores por razones obvias: desconocían las lenguas de los aborígenes y desde la altura valorativa de su civilización era una vocación el menoscabo a otras culturas abajo de su nivel; la imposición de justificar todo con sus principios religiosos; la invocación de un Dios desconocido por el aborigen que no le daba lugar a obtener concesiones; seguían las costumbres de los guerreros y las civilizaciones antiguas de darle los nombres de sus dioses, de sus reyes y los suyos propios a lo conquistado; porque con los topónimos se utilizó un medio sincrético de dejar huellas y señales para que comprendieran los que venían detrás quién era el que había estado antes y confiara en que sería ayudado; y la comprensión de que la única revitalización de las lenguas, en este caso también los topónimos, proviene de la hegemonía política, del dominio tecnológico y capacidad renovadora que eso lleva consigo. Todo esto los conquistadores judíos-ibéricos, llamados en común españoles, lo pusieron en práctica en el Nuevo Mundo.
En casi todos los topónimos definidos en Chile como indígenas se repiten con frecuencia fenómenos idénticos o similares. Lo difícil son los casos aislados al margen de fichas familiares y que no reiteran hechos lingüísticos notables en las primeras apreciaciones, sino que sobresalen en virtud del aislamiento, pero a veces, por el mismo aislamiento, algunas palabras ofrecen al estudioso un caudal de datos recuperables por semejanza o a veces por mera intuición, técnica nunca despreciable cuando es mucho lo que se ha comparado, estudiado y leído.
Pichi es un término que en todos los idiomas indoeuropeos significa pequeño. La raíz PIK, PICK o PIT debe de haber resultado, en el génesis de las lenguas, expresiva de la idea de pequeñez y ha dado lugar a piccuinnu, español: pequeño; portugues: pequeño y PETTITTUS francés, catalán. Y provenzal, PETIT, que dió al argentino PETIZO, a las postemillas pique, y a los pequeños árboles de los bosques de Pichilemu y de otras zonas de Chile, nunca se ha dicho de qué especie, pichi,
Del latín tenemos: pisinnus, que nos acerca también a pequeño, pero advertimos la pitis y pikes y pischi que va a dar a picha, la que llega en Chile a pichula, que es el pene que también está en la familia de las deformaciones fonéticas por que significa algo que pende . De ahí que cuando las mamacitas le toman a su pequeño hijo la cosita pequeña que cuelga -en un principio la religión prohibía dar el nombre propio a todo aquello que pudiera ser pecaminoso- y le piden al niño que haga una pequeña orinadita, le dicen ¡pipí! o ¡pichí, pichí!, ¡un poco, poquito; pequeño, pequeñito! Así todo lo poco es pichi hasta a la persona que es baja de estatura, y a los niños, se les dice en Italia pichi; en Chile a las personas de baja estatura se les dice chicos, que en definitiva también es pichi. Las madres son las primeras nombradoras, las transmisoras de las palabras hasta llegar a entregar la lengua, la primera de los niños, y cuando sus hijos comienzan a moverse comentan que hacen pininos en donde también encontramos la raíz pi. Las madres mapuches orgullosas de las deferencias que el conquistador tenía con ella, por ser madre de un hijo suyo, se esmeraban en educar al niño a semejanza de su padre entregándole como primera propiedad las palabras de una nueva lengua que ella misma estaba aprendiendo. Comprendemos en lo dicho el caso del cacique Lautaro, a quien tanto le sirvió el hablar castellano para entender la sicología de los conquistadores, según nos afirma en La Araucana, el tan elogiado don Alonso de Ercilla y Zúñiga.
El padre alemán Ernesto Wilhelm de Moesbach en su libro: Voz de Arauco nos entrega 22 palabras que tienen la raíz pichi.
Quien nos señala mayor cantidad de palabras con la raíz Pi es Rodolfo Lenz en su Diccionario Etimológico de las voces chilenas derivadas de Lenguas Indígenas Americanas , Universidad de Chile, Seminario de Filología Hispánica, l977. Son 92 términos entre los que incluye picunche,-I.m.-el indio chileno del norte; en tiempos de la conquista eran los del Centro del país, más tarde los que quedaban al norte del Bíobío, hoi son los collipulli i alrededor, cp, huilliche , mapuche , etc. / 2. adj. Lo que refiere a esos indios; su dialecto, etc. Variante: picón, jen. Plur. Picones , y los hace derivar de escritos de Oviedo IV 268, de Barros Arana I 187, Medina 90, Ercilla. Esta inclusión de Alonso de Ercilla es por la Araucana y bien sabemos que este poeta recibió palabras y nombres de los más viejos conquistadores en los que se basó para la casi completa transcripción de los nombres indígenas araucanos para completar su famoso libro. El inicio de todo esto, insistimos, los conquistadores debieron haberlo aprendido por vía oral iniciado por el tan mencionado mapa topográfico del padre Gregorio Molina el Almagrista.
Acercándonos aun más, Rodolfo Lenz anota en 1064. Píchi, m.-n. vulg. De armadillo, según MOLINA Dasypus quadricinctus. En la edición castellana de MOLINA 474 se dice los picos . No sé si el nombre pichi se usa en alguna parte. ETIMOLOJIA: Es posible que sea un nombre indio. II. Píchi, m. según Carvallo 25 es otro nombre vulg. Del pajarito loica Sturnella militaris. ETIMOLOJIA: Hai una palabra mapuche, Febrés, pichi- poco, cosa poca i pequeña, chiquita de la cual podría venir el nombre; pero es más probable que sea un sinónimo, tal vez por el grito , etc., hasta aquí Lenz.

El padre Cristóbal de Molina el Almagrista.
Obra conocida: Conquista y Población del Pirú; Fundación de algunos pueblos; Relación de muchas cosas acaecidas en el Pirú .

El padre Cristóbal de Molina, El Almagrista, fue el primer cronista de nuestra historia. Vino a Chile con Diego de Almagro, junto a otros religiosos: Antonio de Almarza, el Licenciado Guerrero, Rodrigo Pérez, y el Presbítero Bartolomé de Segovia, todos ellos mercedarios.
Que la raíz pic deriva de un sonido indoeuropeo, donde tiene el mismo sentido y las mismas derivaciones de lo pequeño, no nos cabe duda. Nos basta con repasar a Francisco Santa María en su Diccionario General de americanismos para ampliar nuestro conocimiento sobre dicho vocablo. Ésta es la razón que se encuentre desde México hasta el Perú, en variados vegetales, árboles, plantas, animales, insectos, indios, etc. Y todos con la característica de pequeñas cosas o pequeños seres. Con la ampliación de la conquista, de norte a sur, fue generosamente desparramada a los últimos confines hasta llegar finalmente a Chile.
Mi versión es que la palabra PICHILEMU contiene dos vocablos de origen indoeuropeo, pues Lemur, Lemus o Lemnos, proviene de los bálticos a través de los Celtas que eran indoeuropeos y pichi es una deformación del latín, por igual indoeuropeo, PISINNUN con la raíz PIK o PIT, palabras registradas desde hace mucho tiempo, miles de años, y por los lingüistas y gramáticos, desde antes del descubrimiento de América. Esto llevado a la toponimia no nos resulta extraño considerando que de los ibéricos, que llegaron a nuestro continente, la mayoría no sabía leer ni escribir. Eran soldados, agricultores y artesanos que sólo codiciaban los metales preciosos e ignoraban el significado incluso de lo que nombraban, pues el nombrador, compañero de conquistas y aventuras, había sido, tal vez, de otra región del sur de la hispania, en donde el habitante de un pueblo no entendía el dialecto del habitante de otro pueblo, aunque fuera cercano, por la inmensa diversidad de dialectos existentes por entonces en la Península Ibérica. Así los Adelantados, Conquistadores y Encomenderos -todos con mayúsculas- sin entenderse ni siquiera entre ellos, las denominaciones toponímicas, por uno de ellos colocadas, por ignorancia se las adjudicaban a la lengua de los indígenas y muchas otras veces con propósitos, a sabiendas la mayoría, llenas de un malvado sincretismo.
Por tanto afirmamos que la palabra Pichilemu no es de origen indígena. Digo claramente, de los indios que habitaron y aun habitan nuestro territorio, y que ahora son nombrados como mapuches chilenos, y repito que estos indios incorporaron la palabra de los conquistadores, como tantas otras a su lenguaje donde permanece y de donde es extraída como legítima por los estudiosos de su historia, de su lengua y sus costumbres.
Hacemos nuestras las palabras de Luis Enrique Délano cuando dice que los que sufrimos a Chile, lo sentimos y lo admiramos como un país grandioso y entrañable.
Lo sentimos como elemento natural a la vida de todos los pueblos del mundo, y sabemos muy bien que lo complejo de su extraordinaria vida, que lo disímil de su densa existencia, que lo soterrado de sus grandes poderes espirituales, no puede someterse al capricho de un cúmulo de páginas más o menos simpáticas, más o menos bien intencionadas, más o menos cordiales de información, de crónica o historia cariñosa, tan sólo para agradar. Por esto y mucho más es el afán de penetrar y desentrañar, ahora podemos hacerlo sólo en parte, los misterios de la etimología de nuestra toponimia. También que no olvidamos que con sólo el conocimiento lingüístico -necesitamos a la historia, a la arqueología y a las nuevas técnicas del estudio de la genética comparada- no es posible acceder a los secretos de las viejas costumbres de las lenguas inmersas en una pegajosa y abigarrada telaraña de contracciones, hiatos, lexicográficas, y que se puede fracasar, risueñamente, por falta de una metodología adecuada. Pero volvamos al centro de nuestro tema.
El verdadero nombrador del territorio chileno, desde Copiapó hasta el Maule, fue el cura Cristóbal de Molina, como apuntamos arriba, que llegó con Almagro el descubridor, que además de músico era el topógrafo oficial de la primera invasión al territorio que nombraron Chile. Después acompañó en la segunda expedición al analfabeto Pedro de Valdivia, a quien le escribía, hasta las cartas otro nombrador, aunque menor, Juan de Cardeña o Cárdenas.
Cristóbal de Molina levantó un mapa de todo el territorio desde Copiapó hasta la orilla norte del río Maule. Por este trabajo el cura alegó ante el rey que sus favores hacia la corona habían sido importantes y se merecía algunas atenciones por su vejez y delicado estado de salud. Nunca se ha encontrado este mapa, aunque el historiador Barros Arana, da pistas de quién lo tiene en España en los archivos secretos de libros sobre los primeros cronistas del descubrimiento y la conquista. El libro permanece oculto. Con el desciframiento del mapa de Cristóbal de Molina, sabríamos la etimología verdadera de casi todos nuestros topónimos y nos animaría a darle veracidad y verdadera credibilidad a todos los existentes en el Continente Americano. Comprendemos las razones de su peligrosidad si se publicara algún día. Para mayor abundamiento sobre este tema remito al lector a Luis Enrique Délano en su escrito: Mapas de Chile , inserto en el libro Autorretrato de Chile de la editorial Zig-Zag. 1957. Santiago de Chile.
El topónimo Pichilemu, según consigna Juan Marcelo Mella Polanco en su libro Historia Urbana de Pichilemu, origen y crecimiento , como designación de lugar con población relativamente estable, sólo aparece en un informe de l872 del capitán de corbeta Francisco Vidal Gormaz, respondiendo a órdenes de Aníbal Pinto, Ministro de Guerra y Marina del Presidente Errázurriz Zañartu, que le había encomendado el reconocimiento de la costa de Colchagua.




Topocalma y Poro-Promaucaes

Para terminar nos falta dar dos últimos ejemplos de la toponimia pichilemina. Uno de índole muy claro en su comprensión, el nombre del cacique Topocalma, donde encontramos, del griego topo: topografía, y calma que no necesita explicación. El otro, con un contenido sincrético y de oscura comprensión, es la palabra con que se designó a los aborígenes del territorio pichilemino. Con muchas variantes lo escribieron los recopiladores y gramáticos, alemanes y chilenos, de la lengua indígena mapuche: poromoacaes, purumauscaes, poromaucaes, promascaes, promaucá, promocaes, promaucaes. Poro o pro es un pronombre griego y maus, en germano, significa ratón; en latín caes es caecus, -a, um (ant. Irl. Caech; got. Hails; sánscr. Kékarah), adj., ciego; invidente, que no ve: ratón ciego, se explica: murciélago por que peleaban atacando de noche. En definitiva fue el cura veedor y topógrafo real Cristóbal de Molina, quien sincréticamente, burlona y despreciativamente, o por orden superior, nombró a los habitantes del territorio chileno: mapache una variante de perro salvaje en lengua vasca, dió mapuche; reitero, murciélagos a los promaucaes por su costumbre de pelear de noche; a los chillanes por atacar chillando; a los maulinos maul, que significa hocico, las fauces de un perro rabioso, y es palabra de origen germano, porque peleaban a los mordiscones. Maule, dió derivaciones en todas las formas gramaticales: al río, a la comarca y a toda la gente de la región. Este nombre es un topónimo en España, es el de un pueblo del norte, vasco, y es por las mismas razones antes expuestas, copia de una palabra despreciativa, aun hoy día, en el habla común germana, sin saber los vascos su explicación copiaron el vocablo, tan sólo porque lo empleaban los fuertes y nobles señores que los conquistaron. Hasta en Inglaterra existe un noble de hocico trompudo: Lord Maule.
Este caso se repite entre todos los pueblos vencidos y conquistados: en Uruguay los indios churruas y en Argentina los chacos son en vasco nombres del chacal, un perro salvaje; en Bolivia los haymaras, haymarás, aimaras, guaimarás, etc., es el nombre de un perro cazador alemán, el Weimaraner, pronunciado la doble w como gua costumbre inglesa y española, en Inglaterra es el Deutscher Kurzhaar Pointer.
Otro caso entretenido es el nombre de la iguana ese animal espantoso que vieron los conquistadores desde el primer viaje de Colón. Les pareció serpiente o dragón, a un tiempo terrestre y acuático; pero bien pronto vieron que era inofensivo y que su carne era comible y sabrosa.
El nombre que le pusieron fue el de Yuana, o sea Juana en ortografía moderna que por la pronunciación tanto de los nativos como los de -¡vaya a saber de qué región de la península eran los otros ibéricos!- dio iguana, en forma definitiva como conocemos en la actualidad a este gracioso animalito; lo que fue gran desacato, si en ese ser de apariencia horrible y de majestad ridícula, quisieron recordar a la reina doña Juana, sobrenombrada la Loca, a quien de nada le sirvió su boato regio.
Con la mayoría de los incultos y despreciativos ibéricos pasó lo mismo en repetidas ocasiones en que tuvieron el poder de decidir el nombre de una tribu, de una lengua, territorio, seres animales o vegetales. Por ejemplo: en el norte de Chile existió el grupo de los Diaguita también catalogados por Antonio Tovar como Calchaquí. Diaguitas no es más que el nombre del conquistador Diego de Almagro, estos indios le pertenecieron al turnio , o bizco , como era llamado Almagro, por derecho de conquista; y Calchaquí no es más que Karl en germano, Carlos en castellano; y chaquí, en vasco el perro salvaje, el mismo que apuntamos como chaqueño: los perros de Carlos V.
Los ibéricos prolongaron, con abuso, la costumbre de bautizar con nombres arbitrarios, y con frecuencia ofensivos, a las agrupaciones indígenas que encontraban en Centro América: los Motilones, que significa los pelados; los Comemocos, los Orejones, los Corcovados, los Pampanillas, los Pintados, los Tiznados, los Alcoholados, los Cocinas, los Salivas, los Mosquitos, los Comechingoles en el sur, los Sacamecas en Venezuela, etc., etc. Así no nos sorprende encontrar en Chile la variedad de nombres despectivos que arriba hemos anotado.
Como último ejemplo. El ejercito chileno creó un regimiento ubicado en Buín, estación por la que pasaba el tren que iba a Pichilemu. Buín es el nombre de un perro famoso: Windhund, la w pronunciada como b , o guin la traducción literal nos da viento-perro, y es el nombre del mejor perro cazador de zorros, conejos y liebres. A los indios de la región de Buin les llamaban cazadores de liebres porque eran como el viento de rápidos para la caza, la misma imagen que han tenido de sí los militares del nombrado regimiento. Ampliando el análisis: a la W germana los españoles le dieron el sonido de b , v y de gua-e-i-o-u, por lo que Buín nos suena igual Guin.
Añadimos ya sin sorpresas que la mayoría de los confeccionadores de diccionarios mapuche fueron alemanes: p. Félix José de Augusta; p. Bernardo Havestandt; Walterio Meyer Rusca; p. Ernesto Wilhelm de Meosbach; Rodolfo R. Schuller; Wilhelm Koppers; M. Gusinde y el más proficuo Rodolfo Lenz. Los de origen español han sido pocos y sus obras han alcanzado menor difusión que los nombrados. El interés por los misioneros alemanes que vinieron al territorio chileno, desde la conquista, alcanzó notoriedad en l906, por la difusión de la Revista Internacional de Etnografía y Lingüística que publicaba un tomo por año de más de mil páginas dirigida por Wilhelm Schmidt.

Carlos V los Fúcares y los Bélzares.

¿Por qué tenemos, en nuestras lenguas indígenas, términos germanos, latinos y griegos que separados designan un objeto no emparentado y con la unión de dos o tres de sus palabras, siendo ellas de distintas lenguas, nombran otra cosa, cuando en cada una de sus lenguas tienen definido muy claramente su significado como es el caso de los primogénitos aborígenes de Pichilemu: pro-mau-caes?
Brevemente. Porque el territorio actual de Chile, el rey Carlos V, se lo vendió a la banca del judío alemán Jacobo Fuger, llamado por los españoles Fúcares, a quien le debía mucho dinero por los préstamos otorgados por el banquero, con los que él como rey financiaba sus continuas guerras. Y se planeó entre el rey Carlos V y Jacobo Fuger, en 1530, actuando de albacea el alemán Vido Herll, una capitulación para el descubrimiento de las islas y tierras que hay desde el Estrecho de Magallanes hasta Chincha en el Perú , y llevar colonizadores germanos a esta nueva región.
Por ello los nombradores, casi todos sacerdotes, que eran veedores del rey y a la vez improvisados topógrafos como el padre Cristóbal de Molina, manejaban diccionarios de palabras germánicas, lengua que no conocían y que al pronunciarla o escribirla deformaban su fonética de tal manera que su estudio y comprensión hoy día es sumamente complicado, pero que un requisito impuesto por célula real los obligaba a manejar, así mismo otros diccionarios de lengua griega y latina. Ésta última sí la hablaban, la escribían y la leían sin duda todos los eclesiásticos que vinieron al Nuevo Mundo.
Para mayor comprensión. La misma banca de los Fúcares había financiado la conquista de la actual isla de Santo Domingo para colonizarla con alemanes pero tuvo un rotundo fracaso. Posteriormente la banca judía alemana de los Welser, llamada por los hispanos Bélzares, recibió, por los mismos motivos, el endeudamiento del rey ante sus créditos impagables, el actual territorio de Venezuela, con el mismo desastroso final. En esta empresa de Venezuela, el hijo del banquero germano Welzer, fue ajusticiado de forma que aun hoy en día la sola mención de su muerte es terrorífica.
En un nuevo intento colonizador el banquero Fuger financió la conquista del Perú, emprendida por Pizarro y Almagro, en cuyo contrato el nombrado cura Luque, el loco , fue tan sólo un palo blanco, siendo a la sombra, el verdadero testaferro de Fuger, el Licenciado Espinosa, que murió en el Perú mientras gestionaba uno más de los pagos de esta deuda con los conquistadores Pizarro y Almagro. En las mismas condiciones, entre el rey Carlos V y Fuger, realizó Almagro el descubrimiento y después Valdivia la conquista del territorio chileno. Pero en medio de la temeraria empresa, al poco tiempo, el banquero Fuger, ¿olió desde lejos la fiereza de los araucanos?, desistió de ser colonizador dejando a Valdivia y a todos sus compañeros cesantes. De ahí nacen las quejas del cura C. de Molina y de don Pedro en sus cartas escritas, para éste último por Cárdenas, al rey solicitándole favores por tantos servicios prestados, que no beneficiaban ya al empresario sino al propio rey. Estos datos están consignados por José Toribio Medina en la Colección de documentos Inéditos para la Historia de Chile l518-l818, página 221, tomo III, de la Imprenta Ercilla, l889, tomados por nuestro fecundo historiador y polígrafo del Archivo de Indias, Patronato 1-2 1/28.
Epílogo.

Con cientos de otros topónimos ocurrió lo mismo, empezando por la palabra Chile, que tiene, según José Toribio Medina, 4 ó 5 denominaciones: otro misterio que pronto intentaremos revelar. Después el sabio chileno, me refiero a todos los nuestros, siguió en la misma operación:
repetir, sin indagar en las diversos dialectos que tenía cada uno de los diversos pueblos de donde procedían los conquistadores; y así, ellos, nuestros sabios, se encargaron de rematar la comprensión del indio que boquiabierto escuchaba topónimos, supuestamente de su lengua, sin comprenderlos y los aceptaba todos, siempre que fueran acompañados, en este caso los topónimos y otras bárbaras acciones de despojo, de un buen trago de cualquier alcohol que con tal que embriagara ya era regocijante y hacía bajar las lanzas; y a todo lo demás, de carácter débil y de difícil comprensión, no le opuso el indio resistencia. Mientras no le quitaran su preciada tierra, se avino y se acostumbró a nombrar su habitat con topónimos extraños, recién llegados a su oído y a su propio territorio -al recién descubierto y conquistado territorio chileno- de el que diría posteriormente la historia: Chile les pertenecía desde tiempos inmemoriales y fueron ellos, los indios mapuches, los nombradores de todo cuanto existía en la larga y angosta faja de tierra que conforma a éste, nuestro país llamado Chile, palabra cuya significación, a ciencia cierta, tampoco hemos sabido, ni nadie sabe hasta ahora como explicarla. Aunque confiamos que un día, no muy lejano, daremos pruebas de su verdadera significación.
No obstante el nombre Chile y su hermoso sonido, ¡Chile, Chile!, mientras esté dentro de Pi-chile-mu, lo seguiremos considerando una hermosísima, elocuente, admirable y amada palabra.