domingo, 20 de febrero de 2011

Angel agarra el culo a oblata Lidia.

Oblata es una categoría de servicio religioso secular, congregadas en comunidad, hacen votos menos rigurosos que las monjas de claustro. Las que conocí en la década del sesenta se dedicaban a la educación. Fundaron una escuela primaria para varones al alero de la parroquia de Pichilemu.
La congregación fue complementada por jóvenes locales egresados de enseñanza secundaria, sin estudios superiores, probablemente, las oblatas, tampoco. No obstante, ejercían la pedagogía con vocación y alto nivel de exigencia.
De gran importancia la aplicación selectiva de los grupos etáreos. La escuela pública de varones reunía en un mismo curso a niños de diversas edades y capacidades, había porros y pailones, de modo que educandos y educadores aplicados daban como resultado, jóvenes académicamente, más aptos.Por cierto, otros aspectos, no menores, influían de diversos modos, permitiendo que un elevado número de ellos accediera a la educación superior y cumplido exitósamente sus carreras profesionales.
A esa escuela nos cambiamos, en sus inicios, no recuerdo el año exacto. El 62 yá estabamos ahí, todos los hermanos varones, mis hermanas, yá estaban en la escuela para mujeres de las monjas de la Preciosa Sangre. El año del mundial de futbol, inolvidable, se recreó un campeonato para estimular la práctica del futbol y el espíritu de la competencia deportiva.
Las formaciones tomaron prestado los nombres de los clubes internacionales donde pasaron a militar los cracks chilenos más destacados.
Me incluyeron en el Samdoria (ahí se fue Jorge Toro). Poco aficionado al futbol, la cazería tenía la mayor de mis preferencias. Mi desempeño fue penoso, me apodaron Cutiño, por Coutiño, seleccionado de Brasil, cuyo mérito futbolístico, al parecer, era ser compadre de Pelé. La malidicencia periodística de entonces, señalaba, que de no existir ese vínculo, jamás habría vestido la verde amarilla. Ergo, me habían apitutado en el Samdoria. Lo cierto es que el campeonato duró poco, fue abortado por algunos pugilatos e insultos, todos, antideportivos, así que finito, finito. Y a mí
el círculo más estrecho de mis amigos todavía me llaman con el apodo de cutiño, que me impuso el cabeza de huevo (Bustamante).
Los estudios continuaron, el alejamiento de un par de oblatas por un affaire afectivo con un alumno, una, y otra por alguna enfermedad depresiva, hizo concentrar en la capacidad de la directora, dos cursos, los que atendía en una sala, sentádonos mezclados, no era los de un curso de un lado y los del otro en otro, casi como en la otra escuela, la pública.
Compartía el banco con el chino, a mi izquierda y detrás de mí ocupaba el asiento el Angel, éste era del curso superior y uno o dos años mayor que nosotros. la directora exponía su materia y paseaba alternativamente por los dos pasillos, desde el pupitre hasta el fondo, pasó por mi lado hacia atrás y volvió. A la altura de mi asiento y con la visión marginal ví la mano del Angel, plena, sobre el trasero de la profe, comprimiendo y vuelta, con rapidez.
Seguramente puesta, ahora, con inocencia despreocupada. Cuando doña Lidia se volvió, su ira pintaba la cara, roja. En la linea inmediata a la zona de agarre, yo, principal sospechoso, castigado, como primera medida, hacer el aseo de la sala de clases al término.
Mi compañero de asiento?, pudo ser o ver quien fue, detras de mi el Angel, pudo ser sino, vió y sabe quien, ambos, también, castigados.
Tres escobas barren mejor que una, pero habíamos dos injústamente castigados, el barrido eterno, a regañadientes y el Angel, cagado de la risa, nos exortaba a no preocuparnos, que nos mantuvieramos callados y yá se le pasaría el enojo a la profe.
Pero el asunto no paró ahí, doña Lidia llegó a verificar el castigo y nos comunicó que estabamos suspendidos de clases por tres días y deberíamos retornar con los respectivos apoderados.
Se complicó la cosa y el Angel prometió resarcirnos por el silencio y las molestias que nos ocasionaba, al día siguiente traería una torta y mucho tiempo para comerla, hasta el absurdo dolor de guata.
Transcurridos los días de vagancia, comparecería con un familiar alternativo como apoderado, mis padres no se encontraban en el pueblo, y el tema, no escaló, al parecer. No se volvió a hablar del asunto, ni entre nos. Aunque puede ser la mar de fondo que años más tarde, a raiz de otro incidente, culminara con mi expulsión del Liceo José Miguel Camilo dirigido por la misma profe. Obvio, otra historia.