martes, 14 de julio de 2015

LINDA PLAYA

LINDA PLAYA
En el norte los puertos salitreros comienzan a ceder espacio a sitios de recreo como playas y baños termales. Cavancha (Iquique) se posiciona como la playa a la que acuden la mayoría de los residentes ingleses, mientras que la cercana ciudad de Pica – con su popular baño termal de “La Cocha”- es el lugar de veraneo de la clase dirigente Peruana y Boliviana, donde disfrutaba del infatigable calor el Presidente peruano Remigio Morales Bermúdez y su familia. Más al sur el puerto de Mejillones se llena de chalets y animada bohemia; y Caldera se convierte en un tranquilo balneario con sabor campestre.
En la zona central el ferrocarril también tiene incidencia en la formación de balnearios pero es otro el factor que determinará su aparición. Los grandes hacendados deciden a fines del siglo XIX lotear parte de sus posesiones costeras, para crear pequeñas ciudades a la usanza Europea, teniendo en su mayoría Biarritz o Montecarlo en la retina para trazar la urbe. El ejemplo más conocido es el de la familia Vergara, que impulsa la llegada del ferrocarril a sus haciendas de las “Siete Hermanas” y “Viña del mar”, loteándolas y construyendo lujosos chalets, que lentamente dominaron la bahía. El mismo caso se da en la caleta de Papudo, donde el Marqués de la Pica- don Fernando Yrarrázaval Mackenna- ordena la construcción de un moderno balneario. Su parte hará Agustin Ross Edwards con Pichilemu y don Olegario Ovalle con Zapallar.
El tren también contribuye al auge de Cartagena, el balneario más próximo a Santiago y que se catapultó como un exclusivo sector a orillas del mar, con una costanera inspirada en la de Capri.
Más entrado el siglo XX los fiordos, bosques y lagos del sur también se convierten en parte de la oferta turística. En las termas de Puyehue se construye un moderno y confortable hotel, y Pucón atrae a los turistas que disfrutan del calor y la pesca. Las áreas más australes tímidamente comienzan a recibir turistas que se aventuran entre escarpadas montañas y bosques milenarios, cimentando una industria turística que sería a inicios del siglo XXI la más importante del país.
El siglo XX y los cambios en las playas chilenas.
Ya hemos hablado de dónde y por qué veraneamos en las zonas costeras. Pero no nos hemos detenido a pensar cómo veraneábamos, y qué usábamos a hora de entrar al mar. ¿Nos bronceábamos?, ¿nuestras bisabuelas usaban bikini? Pues no lo creo…
Es más, las primeras ciudades costeras no privilegiaban la ubicación de las casas a orillas de una playa o costanera, sino que simplemente daban la espalda al mar, como queriendo evitar el contacto. Viña del Mar es un buen ejemplo, porque a pesar de impulsarse durante el 1900 como el gran balneario chileno, en sus primeros años construyó sus edificios teniendo como punto neurálgico la Quinta Vergara y no las amplias zonas costeras.
La llegada a la playa se hacía por carro, auto, tranvía o tren –Cartagena contaba con un servicio que llegaba hasta el centro mismo de la ciudad-, y desde ahí se iniciaba una peregrinación diaria donde la sociedad en pleno se congregaba a la orilla del mar para enterarse de los últimos acontecimientos, en largos paseos matutinos o vespertinos, que terminaban en banquetes en casas de amigos o algún hotel, bailes en el Casino o una visita al Club de Tenis. Parece ser que el Tenis tuvo un auge en las playas, se impulsó como un deporte de elite desde 1920, construyéndose exclusivos clubes en Zapallar, Pichilemu, Papudo y Viña del Mar, donde acudía toda la juventud para divertirse y disfrutar de los primeros campeonatos.
Las mujeres vestían largos trajes livianos y de tonos claros, con sombrilla y amplios sombreros que las ocultaran del sol. El bronceado en la piel no era algo bien visto. La blancura se asociaba a la pureza femenina, su abnegación al hogar y la pertenencia a un sector social elevado.
Tampoco era algo usual que se bañaran en el mar, y los trajes de baño que existían era un complicado conjunto de enaguas, camisas, sombreros y gruesos calcetines, que ocultaran la mayor parte del cuerpo, herencia de la tradición inglesa.
Los caballeros vestían también trajes claros –el blanco era el preferido- , con una “hallula” en la cabeza, zapatos livianos y corbata. La galantería y el flirt eran comunes en las largas caminatas, donde se hacían amigos y las elegantes señoritas exhibían su acalorada pero esbelta figura, con apretados corsé.
Ya a inicios del 1900 comienzan a utilizarse los trajes de baño, hechos generalmente de lana, tafetán o el popular jersey. El traje era largo, poco ceñido al cuerpo, tapaba los hombros e incluía gruesas calcetas para ocultar las piernas. El vestuario era complementado por un sombrerito para el agua, una capa para la orilla del mar, una toilette y zapatos de goma. Los hombres un poco más liberados en su vestir, usaban también estos largos trajes, o un derivado más corto, que dejaba ya ver el torso.
Eran eso sí los más jóvenes quienes se atrevían a entrar en el mar, mientras los más grandes veían con horror esa osadía juvenil, envueltos en capas, chaquetas e incluso pieles. Al principio las playas aptas para el baño como Las Salinas en Viña del Mar, tenían cuerdas que se adentraban en el mar, para que los bañistas pudieran entrar al agua sin temor a ahogarse. Otras ofrecían un servicio de carros tirados por caballos, donde las señoritas –generalmente por pudor y miedo- entraban al agua cómodamente sentadas, sin ser vistas por los curiosos.
FOTO: Archivo Brûgmann