lunes, 28 de marzo de 2011

Cáhuil, el vocablo.

Para tenerlo en cuenta, en los Anales del licenciado Fernando Montesinos (a mediados del siglo XVII), se refiere a lista de monarcas Incas, de ellos, el tercero y el octavo llevan como componente de sus nombres el de Caui; Huaina Caui Pirhua y Topu Caui Pachacuti VI, respectivamente. De la página 10 de la Gramática Keshua, de Ernest W. Middendorf.
Es super cómodo pensar que en cuanto a la etimología del vocablo Cáhuil está todo dicho, hasta lo curioso... y el keshua, está latente

sábado, 12 de marzo de 2011

Cazuela a dedo perdío.

Desde las viejas locomotoras a vapor usadas en las faenas de construcción del ramal ferrocarrilero a Pichilemu, hasta las máquinas diesel que arribaron a la costa en la década del sesenta, transcurrieron más de medio siglo. Fue la época del apogeo del vapor como fuerza motriz del ramal.
El agua era imprescindible para las calderas de las locomotoras. Se almacenaba en ciertas estaciones, en estanques de acero, dotados de una gigantesca llave o grifo surtidor, al que los ferroviarios llamaban familiarmente, el caballo de agua.
Con la Cordillera de la Costa en medio, las estaciones de Alcones, en el oriente y El Lingue en el poniente, eran estratégicas para las sedientas locomotoras, exigidas a full potencia en la escalada.
Todavía, por la década del 50, el convoy que salía desde Pichilemu por la mañana, arribaba a la hora del almuerzo a la estación de Alcones.
Mientras la máquina "hacía" agua, los viajeros corrían a un costado de la estación a tomar posición frente a un tablero donde estaban servidas las humeantes cazuelas a dedo perdío y si alguien se antojaba, también, un te frío. De pie, tragar, cancelar el importe tarifado y vuelta al pata de fierro, bien restaurados de la panza.
Para aumentar el glosario, sólamente; cazuela a dedo perdío, es aquella, servida generosamente, en plato hondo sin base ni baranda. Obvio que al transportarla, el humilde servidor, necesariamente debía meter sus dedos en el caldo, para más enjundia.
Ojos que no ven....

Juegos en Edwards Bello

Don Joaquín Edwards Bello es un hombre de mundo, proviene de una de las familias más acaudaladas de Chile, grandes jugadores, diría que los juegos de azar están en el ADN, transferido, también, a sus personajes y mundos recreados, y reales.
En el Chileno en Madrid, menta que, Antonio Assensi, natural de Algeciras, con algún conocimiento del inglés por haber residido en Gilbrantar, dedicado vagamente al contrabando, pasó a Madrid con un negocio bizco de treinta y cuarenta. Durante más de diez años se dedicó a los negocios de juego en toda España; no había crupier ni jugador de oficio que no le conociese. Regentaba garitos en los pueblos y contrataba el juego en casinos de Madrid y Barcelona.
Don Antonio pasó a Chile y se estableció en Valparaiso a fines del siglo XIX, Hizo una gran fortuna. En 1906 murió su esposa en el terremoto que destrozó la ciudad. El murió al año siguiente, dejando a su hijo un millón de pesetas.
Julio Assensi es uno de los chilenos en Madrid. Madrid es una gran casa de juegos. En una extensión de cuatro manzanas alrededor de la Puerta del Sol había sesenta garitos.
En España se juega de la manera más violenta y apasionada del mundo, porque los juegos de azar como los toros han reemplazado la conquista y la minería. El juego y el toreo equivalen a la hazaña.
Ahora, esto es el juego de azar en la literatura de don Joaquín Edwards Bello, cuyo padre, en la vida real es primo de don Agustín Ross Edwards, creador del Casino de Pichilemu, el primero en el país y Sudamérica, según los chetumas, claro está.