Pichilemu, desde Berlín.

Nuestro Amigo Jorge Aravena Llanca, siempre inquieto cultor de la identidad territorial de la bienamada, patria chica y contribuyente del arte y el estudio, comparte generosamente sus creaciones con nuestro sitio, de modo que se merece una galería propia para llegar a ustedes, sin contaminaciones.

FOTOGRAFÍA DEL POETA OSCAR CASTRO EN PICHILEMU.
Por Jorge Aravena Llanca

El 18 de marzo de 1999, en el diario VI Región, de Rancagua, en la página 3, en la sección opiniones, salió un escrito de nuestro escritor pichilemino José Arraño Acevedo.
Se refería a un poema mío que el escritor Vargas Badilla, pensaba publicar en una antología de poetas de Pichilemu, para lo cual estaba haciendo una severa recopilación.
Yo le mandé a don José, varios poemas que, a través del tiempo en momentos de nostalgia, iba escribiendo sobre el pueblo donde nació mi madre.
Uno de ellos le causó mucho impresión y dudas, pues entregaba un dato desconocido, o por lo menos nunca mencionado: que el poeta Oscar Castro era una asiduo visitante de las playas de Pichilemu.
Entre mis amistades de veraneantes, en esos meses calurosos de enero y febrero, conocí a muchas familias cuyas generaciones anteriores habían nacido en los alrededores y, que sus descendientes seguían practicando el viaje, desde la bendita niñez al calor de sus abuelos en las playas de Pichilemu. Eran de diversos apellidos y todos conocían sus raíces. Algunos Rodríguez, Castro, Martínez, Lizana, Clavijo, Pavéz, Vargas, Cornejo, se decían, con toda seriedad, hasta parientes del Cardenal Caro.
Yo encontré en el archivo de la familia Bravo Moreno de Rancagua, que tenían una casa justo frente a la bajada a La Terraza, en su álbum de fotos, una de Oscar Castro frente al mar de Pichilemu, apoyado en la roca más próxima a la bajada de esas escaleras bordeadas de columnas de color blanco y rosado.
Me inspiré en base a esa fotografía, y a otras donde estaba mi padre conmigo en sus brazos, cuando era yo apenas un niño de meses, rodeado de casi toda nuestra familia, tanto de Santiago como de Pichilemu. Fotografía de color sepia casi borrada por el tiempo, lo mismo que esa del poeta Oscar Castro. Este hallazgo me dio la inspiración de escribir el poema que le mandé a don José para el proyecto del libro antológico. El poema decía sí:
“El que está sentado en la roca / frente al Mirador / es Oscar Castro, con traje y corbata. / Le tenía tanta confianza al mar / que nunca se sacaba el sombrero / para divagar con la espuma. / Rielaba sobre las olas de Pichilemu, como las golondrinas / en busca de peces / para alimentar sus palabras. / De la terraza caminaba / hasta el Infiernillo, / siempre cabizbajo. / El último día / empapó sus pies / y se los cubrió de arena. / Así regreso descalzo a Rancagua a escribir su epitafio. / De esta fotografía ya no queda casi nada. / La roca se la está llevando el viento / y los poemas de Oscar Castro siguen guardados / en un libro de espejos / que sólo leen retinas amarillas”.
Don José Araño Acevedo, con dudas sobre este nostálgico acertijo, escribió en el diario citado al comienzo de estas palabras: “Con esta crónica poética de Jorge Aravena Llanca, pensé que el lírico Castro si pudo haber venido muchas veces al balneario costino, ya que Pichilemu era la playa de los rancagüinos –y sigue siéndolo–. Así fue que quedé con esa feliz idea dándola, por si fuera cierto lo afirmado por Arribeña Llanca, a conocer al escritor Guillermo Drago Rojas, también rancagüino, contestándome éste afirmativamente: que Oscar Castro llegaba a la casa que su hermana Graciela tenía en las vecindades del Hotel Ross, ya que era casada con el industrial y ex diputado político, Julio Valenzuela. Y que él mismo tenía en sus archivos una o dos poesías de Oscar Castro, inspiradas en Pichilemu¸y que fotos del poeta en las playas de Pichilemu, seguramente tendría muchas su viuda Isolde Pradel. Apenas Drago me envió una de loas poesías pichileminas, sobre el Infiernillo, la dí a conocer en mi audición dominical que tengo en Radio Atardecer local.
Y esa composición poética, mejor dicho la “Tonada al Infiernillo”, lo hace cantar a Oscar Castro así:

“Infiernillo, / tu mar está destrozando / un cuento de barcos idos. / Tus rocas dentadas muerden / el agua en duros molinos / y salta la espuma frágil / como una harina de lirios.
Infiernillo, / para gaviotas de vientos / acuñas alas de vidrio. / Cómo levantas alto / diez mil pañuelos de lino / para saludar la sombra / de bergantines perdidos.
Tus aguas bailan la polca / violenta del equilibrio, / la transparente pollera / llena de encajes floridos. / Infiernillo, / los pechos verdes del mar / rompen en ti sus corpiños.
Dictas lecciones y sumas / de caracolas marinos. / Las rocas que te circundan / son azules de suspiros. / Infiernillo, / tu mar esta destrozando / un cuento de amores idos”.
No podía ser de otra manera. Tenía Oscar Castro que conocer, como verdadero artista, la maravillosa obra arquitectónica que emprendiera en Pichilemu, desde fines del siglo pasado, el hijo de escocés, uno de los pioneros del turismo nacional Agustín Ross Edwards, atrayendo así al bardo rancagüino para sus excelentes poesías marinas, inspiradas en el encuentro del océano como el peñascal que lo enfrenta gloriosamente”. Hasta aquí la crónica de don José Arraño Acevedo.

Como dentro de mis planes, para volver a Pichilemu, está llevar nuevas canciones compuestas a la distancia, entre ellas una dedicada a Infiernillo, estos recuerdos del poeta Oscar Castro y del escritor José Arraño Acevedo, me llevan a escribir esta crónica sobre dos crónicas anteriores y anunciar, como un compromiso, que llevaré a cabo en un CD titulado “Para Pichilemu, antes de morir”, donde, entre otras, va una letra con música dedicada a Oscar Castro y otra a Infiernillo. La de Infiernillo dice así:

“Infiernillo

El fondo del mar en Infiernillo, / emergió rocoso y se erizó agresivo, / erupcionó del fuego con fuerzas tutelares / submarinos designios de piedras como altares.
Su antigua soledad, la historia de Infiernillo, / estalló en mil pedazos de embravecidos ruidos, / desgajó las aguas e intentó llegar al cielo / e inspiró al oleaje que lo desgarra enfurecido.
Es en Infiernillo donde el mar de Pichilemu / estalla en el cielo cuando se va poniendo el sol, / dibuja expresiones de dioses moribundos, / desconocidas formas, colores de otros mundos.
Infiernillo existía bajo el mar y anticipaba / la historia de Pichilemu en piedras arrodilladas. / Sobresalió asfixiado con fuerzas milenarias. / En un lecho volcánico resisten sus entrañas.
Calor endurecido, cruda religión de piedras / moldeó agrestes figuras de rostros calcinados. / En qué lejanos tiempos cual maldición divina / revolucionó el misterio de la vida marina?
Comulga con nosotros la belleza de Infiernillo / como exaltación profunda del anhelo de Dios, / de morir todas la noches y resucitar al otro día / ilumina a Pichilemu y germina nueva vida.

De Oscar Castro tenemos su inolvidable poesía, de don José Arraño sus crónicas y su palabra grabada en sus audiciones radiales, y yo, sigo cantando a la distancia lo que me dicta la nostalgia, que se propaga gracias a esta página benefactora de Washington Saldías, y para Cahuil de su hermano Antonio, que frente a la laguna más de una gaviota le repite en cada esquina Llanca, Llanca.

Gracias queridos amigos.

Jorge Aravena Llanca.
Berlín 12 de agosto de 20010.