Desde tiempos
inmemoriales el uso del agua se asoció a rituales de purificación, usados
comúnmente en ritos religiosos pero también en parte importante de la vida de
los ciudadanos. Es en la India donde se conservan las más antiguas ruinas de
una Casa de Baños, en la localidad de Mohenjo-
Daro, datándose en una fecha anterior al 2.000 A.C.
Le siguen algunas instalaciones en la Isla
de Creta, otras en Egipto, en el Imperio Persa, los países escandinavos y
Japón. Los Baños alcanzan su apogeo en el Imperio Romano, quienes crean enormes
complejos que contenían piscinas con agua fría, templada y caliente, salas de
gimnasia, vestuarios, sala de masajes, zonas de descanso, tiendas, bibliotecas
y jardines. Uno de los más conocidos fueron los Baños de Diocleciano, construidos a inicios del 350 D.C. y con capacidad
para más de 3.000 personas.
Los baños
utilizaban agua de ríos transportadas por largos acueductos, o se situaban en
zonas donde afloraban fuentes termales, beneficiosas para la salud y el ocio.
Entonces ¿de
dónde viene la costumbre de bañarse con agua del mar?
Durante el
siglo XVIII junto al advenimiento de la Razón, se instauró como parte del
hombre moderno el concepto de Higiene. El Mar era un elemento de la tierra al
que se le temía, por ser desconocido, catastrófico y principalmente porque la
férrea creencia católica no veía beneficios en el lejano mundo submarino. Sin
embargo, con la llegada del Siglo de las Luces, la medicina adquiere nuevos
conocimientos y ve en la salinidad del mar novedosos favores.
En Inglaterra los médicos de Cambridge en
1619 enviaban a sus pacientes a “tomar aire marino” a Great Yarmouth. En otras localidades se comenzó a beber agua de mar
por considerársele beneficiosa para curar algunas enfermedades, y los médicos
multiplicaron sus escritos sobre los beneficios de la hidroterapia, siendo uno
de sus mayores partidarios Richard
Russell (1750).
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