miércoles, 7 de febrero de 2007

Cahuil y las salinas

CAHUIL Y LAS SALINAS.

Desde Pichilemu es fácil llegar hasta Cáhuil, pequeño villorrio famoso por sus numerosas salinas que se extienden en blancos “cuarteles” circundados de colinas. La sal, extraída en grandes cantidades, es almacenada en Pichilemu y luego transportada a diferentes puntos del país, constituyendo una valiosa fuente de entradas para la comuna.

Frente a Cáhuil está la hermosa laguna de su nombre, punto de atracción de numerosos viajeros y visitantes, donde pueden disfrutar de la pesca y de excursiones en bote sobre las verdes y tranquilas aguas de la inmensa laguna que se extiende hasta la vecina provincia de Curicó. Hace falta, en ese sitio, un pequeño hotel de turismo para facilitar la permanencia de personas que gusten de la tranquilidad agreste, ajena a convencionalismos o a modas imperantes. En Cáhuil se mezclan el mar, la montaña y la laguna en un derroche de belleza que empapa las pupilas.

La aldea de antiguas casas de adobes y de tejas alumbrada por faroles coloniales es un sosegado y acogedor refugio para todo el que desee impregnarse de idílica paz en el convulsionado y vertiginoso mundo en que vivimos. Y las noches de luna adquieren una belleza difícil de olvidar. La laguna, entonces, es una lámina de plata, quieta y apacible, cruzada a ratos por el lento vuelo nocturno de los queltehues de grito lastimero. Y en ese silencio religioso nos sentimos traspasados de un profundo y luminoso panteísmo.

Esta bella impresión es parte de una crónica del chilenísimo Gonzalo Drago que escribiera allá por la década del cincuenta, en las páginas de la desaparecida revista En Viaje. Hay más En Viaje y más Cáhuil.

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